viernes, 23 de enero de 2009

La vida de Mario

La vida de Mario parece una película de Frank Capra (el legendario director de ¡Qué bello es vivir!), pero en versión original italiana.

Mario Capecchi nació en Verona en 1937. Su madre era una americana llamada Lucia Ramberg que venía de La Sorbona parisina. Lucia formaba parte de un grupo de intelectuales antinazis y, entre discurso y discurso, se enamoró de un aviador italiano con el que tuvo un hijo (Mario) y también un problema: Luciano se alistó en el ejército de Mussolini para combatir a Abisinia, donde desapareció.

Sola, con un niño pequeño y en un país extraño, Lucia barruntó que cualquier día los fascistas irían a por ella, así que decidió esconderse en un pueblo de los Alpes. La elección fue un error, ya que la Gestapo la descubrió, casi de inmediato, en 1941. Sin embargo, antes de que la detuvieran pudo vender sus pocas pertenencias y entregar el dinero a unos granjeros para esconder a Mario hasta su vuelta.

La vida, como siempre, se complicó. Los nazis se llevaron a Lucia a un campo de concentración y los campesinos, al terminarse el dinero, abandonaron al niño en las calles de Bolzano. El pequeño Mario tenía poco más de cuatro años, pero logró sobrevivir gracias a la mendicidad y a una pandilla de rateros con la que estuvo hasta cumplir los nueve.

Al terminar la guerra mundial Mario y sus compinches estaban en el sur de Italia. “Mi madre me encontró en 1947. Ella había sobrevivido un lustro en Dachau y su obsesión era dar conmigo. Tardó dos años más, pero lo hizo en un hospital de Calabria, donde me recuperaba del tifus”. Tras el reencuentro, Lucia le contó que tenía una hija, de la que no sabía nada porque los nazis se la habían arrebatado.

Pese a ese dolor, Lucia decidió irse a los EEUU. Allí estaba su familia y allí Mario aprendió a leer: tenía 13 años y una curiosidad sin límites. “Fue divertido porque mi lengua materna es el italiano, pero yo aprendí a leer en inglés. Entonces resultó que era un empollón, que valía para los libros”. Tanto valía que, tras licenciarse en Biofísica, la Universidad de Harvard le becó para hacer el doctorado con James D. Watson, uno de los descubridores de la secuencia del ADN.

A partir de ahí se sucedieron los éxitos y las ofertas de trabajo. En 1973 Mario Capecchi abandonó Harvard para irse a la Universidad de Utah, donde se ganó fama de trabajador y, sobre todo, buena persona. “Para ser feliz no hay que hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. Por eso lo que permanece para siempre es el trabajo personal, vocacional y artesano”.

Sus investigaciones genéticas pronto fueron conocidas en todo el mundo. También en Suecia, de donde le llamaron un 8 de octubre a las tres de la madrugada: “Sr. Capecchi, ha sido usted galardonado con el Premio Nobel de Medicina 2007”. Dos días antes Mario había cumplido 70 años.

Así que el niño sin padre, abandonado a la fuerza por su madre, el pequeño Mario, el ratero, el ladrón callejero, se había convertido en una eminencia, un Premio Nobel. Sin embargo, pese a la fama, no perdió la cabeza. Por eso me quedo con esta declaración: “Lo mejor de todo fue encontrar a Marlene Bonelli. Ella me reconoció en unas fotos porque somos muy parecidos. ¡Bendito premio Nobel que me ha devuelto a mi hermana!”.

1 comentario:

jlcea dijo...

Mucho Harvard, pero al final va a ser cierto aquello de "la Universidad de la calle".
Una historia así la podría haber firmado su tocayo Mario Puzzo.