jueves, 21 de febrero de 2008

Cuba año cero

Hoy empieza el futuro en Cuba porque Fidel Castro ha renunciado a la presidencia y a la jefatura militar de la isla. Lo hemos sabido porque el Granma, diario oficial cubano, publicó ayer un artículo de Fidel Castro titulado “Mensaje del Comandante en Jefe”. En él se confirma un secreto a voces: Fidel no volverá a gobernar. Con este abandono termina medio siglo de Historia concentrada en un solo hombre.

El principio del fin sucedió en el verano de 2006, cuando Castro delegó temporalmente el poder en su hermano Raúl. Desde ese momento no volvió a aparecer en público y es probable que no vuelva nunca. Su deterioro es progresivo y, por lo que se deduce de su mensaje, irreversible. Él mismo confirma que le falta el vigor suficiente para afrontar el futuro. Tiene 81 años y demasiado orgullo para que sus compatriotas le vean apagarse como una vela.

Sin embargo, Fidel está tranquilo porque la vieja guardia, apoyada en los jóvenes comunistas, continuará con la revolución. Es decir, el Partido Comunista será el sustituto de Fidel, ya que nadie es capaz de llenar el vacío que deja. Nadie salvo el pueblo cubano, que una vez más ha sido ignorado.

Parece, por tanto, que la nación está madura para asumir la despedida y, quizá, para iniciar la transición. Raúl Castro y sus ministros se preparan ahora para la batalla política que se avecina y atan cabos para que la situación no se desquicie. El país, de hecho, lleva año y medio sin Fidel al mando y en ese tiempo pocas cosas han cambiado.

Con la renuncia llega el turno de la diplomacia y la política. Si todo se desarrolla con sentido histórico, Cuba comenzará un período de cambios graduales. Por ejemplo, liberalizar con moderación la economía –sobre todo, en el sector agrario, incapaz de abastecer a los mercados– o tomar decisiones con poca carga política y mucha trascendencia social, ya sea permitir la entrada de cubanos en los hoteles de turistas o reestablecer los vuelos con EE.UU. Eso bastaría a una población acostumbrada a ilusionarse con cambios minúsculos.

A corto plazo el poder seguirá en manos del Partido Comunista, que es el único que puede garantizar el orden interno y tiene, además, un arma poderosa: autorizar la salida incondicional del país. Si eso se permitiera, el éxodo inmediato hacia Miami sería de un millón de personas, posibilidad que aterra a los americanos. Por tanto, a todos les conviene que la transición sea tutelada por el Partido y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

En el exterior, EE.UU. y Europa ya han presentado sus exigencias de cambio –entre ellas, la amnistía para los presos políticos y la legalización de los partidos opositores–. Más adelante demandarán reformas legales y elecciones. No hay otro camino a la democracia. Con ella en marcha, Washington podría levantar el embargo que mantiene desde 1962.

Las incógnitas finales son descubrir al Adolfo Suárez cubano y a qué velocidad se producirán los cambios. El peligro, sin embargo, sólo es uno: que el proceso se atasque. Una contrarrevolución no es factible porque las armas sólo las tiene el Estado, pero una escisión en las FAR entre inmovilistas y reformistas sería fatal. La gran duda es Hugo Chávez, que puede reforzar al búnker del régimen a cambio de que todo siga igual.

En una cosa sí están todos de acuerdo: no se puede continuar como hasta ahora. Por eso la renuncia de Fidel Castro es la señal inequívoca de que ha comenzado el futuro.

Publicado en Diario de Navarra 24 de febrero de 2008

Así que pasen diez años


La Habana, 20 de enero de 1998. Las calles ardían con la inminente llegada de Juan Pablo II y en el aire flotaban el optimismo, los nervios, las conjeturas. Eran días de alegría contenida, históricos e inciertos, de ansiedad a flor de piel y el mundo a la expectativa. Eran vísperas de un encuentro impagable para la prensa internacional: el pontífice que tumbó al comunismo frente al comandante que lo mantenía en pie –contra viento y marea y Estados Unidos– en una isla antillana. Eran días de esperanza.

Los cubanos, reyes indiscutibles del choteo, decían que el Papa viajaba a Cuba por tres razones: visitar al Diablo, conocer el infierno y comprobar cómo se vive de milagro. Mirta, una monja cubana con experiencia en revoluciones, aseguraba: “No sé que milagros traerá este viaje, pero me bastan los que veo en los últimos días”. El más sorprendente saber que Fidel animaba “a todos los cubanos, incluso del Partido” a asistir a las eucaristías que iban a celebrarse por todo el país. ¿Demencia senil? ¿Humor negro? La maniobra de Castro quería impedir que los actos religiosos fueran altavoces para los descontentos y, de paso, evitar que el número de asistentes se tomara como un apoyo expreso a la Iglesia católica.

“Dentro de diez años todo habrá cambiado. No lo dude, compay”, predecía Arsenio, un viejo negro –casi azul– de la quinta de Matusalén. Arsenio se ganaba la vida vendiendo fruta con un carretón por las calles de Santiago de Cuba, capital emocional de la isla larga. “Diez años. Pa’ entonces ya yo habré cantado el manisero, pero usted –me decía– aún será joven y lo verá. Pa’ entonces ni comandante ni revolución ni ná de ná. Todos pa’l carajo.” El negro Arsenio tenía ese anhelo, quería creer, harto de pasar trabajo y malvivir con 150 pesos al mes, que entonces eran 6 dólares. Seis. Al mes. Es decir, miseria.

Sin embargo, Arsenio el adivino se equivocó. Como casi todos desde 1959. La década fijada se ha esfumado y poco ha cambiado en Cuba. El régimen estalinista sigue a flote, sostenido ahora por Chávez y un petróleo (cien mil barriles diarios) de saldo. Fidel aparece y desaparece en los medios de comunicación como si fuera su propio fantasma y sólo Raúl Castro sonríe: Fidel le ha dejado el país en herencia.

Los cubanos, entre tanto, siguen atados a una dictadura perpetua y Cuba continúa sin abrirse al mundo. Es más, Cuba no ha querido siquiera abrirse a Cuba, a la Cuba profunda que no sale en la televisión, la que no tiene acceso a las divisas ni a las medicinas. La Cuba deprimida de Contramaestre, Morón o Bahía Honda. La que se queda sin luz o transporte. La Cuba con escuelas rurales, pero sin maestros, enviados por cientos a Venezuela como moneda que paga el petróleo chavista.

La Cuba sin medios de comunicación, sin acceso a Internet, la que tiene prohibida la entrada en los hoteles para turistas. La Cuba sin más partido que el Partido (Comunista), sin oposición ni futuro. La Cuba del turismo sexual, la de los que viven de sus parientes en el exilio. La Cuba sin libertad, pero con libreta (de racionamiento). La Cuba de los que sólo comen una vez al día y la de los que se echan al mar para ser libres. Una Cuba más real que el socialismo real.
Han pasado diez años, Arsenio, y pa’l carajo –siento decírtelo– sólo se van los de siempre: los cubanos.