martes, 14 de febrero de 2012

Biblioteca Mundial Digital

La UNESCO ha anunciado en París el lanzamiento de la Biblioteca Mundial Digital (www.wdl.org), un sitio web que reúne mapas, textos, fotos, grabaciones y películas de todas las épocas y que explica en siete idiomas las joyas culturales de todas las bibliotecas del planeta.


El coordinador del proyecto, Abdelaziz Abid, ha confirmado que WDL ofrecerá documentos "con valor de patrimonio, que permitirán apreciar y conocer mejor las culturas del mundo en idiomas diferentes: español, inglés, francés, ruso, portugués. chino y árabe". Además de los citados, hay documentos on line en otros 50 idiomas.


Entre los documentos más antiguos hay códices precolombinos o los primeros mapas de América, dibujados por Diego Gutiérrez para la Corona Española en 1562. Los tesoros incluyen el Hyakumanto darani (documento japonés del año 764 y considerado el primer texto impreso de la historia) o trabajos de científicos árabes medievales que desvelan los inicios del álgebra; la Biblia de Gutenberg o la Declaración de Independencia de los EEUU


Cada joya de la cultura universal aparece acompañada de una breve explicación de su contenido y su significado. Los documentos fueron escaneados e incorporados en su idioma original, pero las explicaciones aparecen en siete lenguas, entre ellas, el español
 

La biblioteca comienza con unos 1.200 documentos, pero ha sido pensada  para recibir un número ilimitado de textos, grabados, mapas, fotografías e ilustraciones. 
El acceso es gratuito y los usuarios pueden ingresar directamente por la Web, sin necesidad de registrarse. Permite al internauta orientar su búsqueda por épocas, zonas geográficas, tipo de documento e institución.

Dos regiones del mundo están particularmente bien representadas: América Latina y Medio Oriente. Eso se debe a la activa participación de la Biblioteca Nacional de Brasil, la biblioteca Alejandrina de Egipto y la Universidad Rey Abdulá de Arabia Saudita.

lunes, 13 de febrero de 2012

Terrence Malick. Filosofía en 16 mm

NUESTRO TIEMPO
 (enero-febrero 2012)

Algunos cines de Estados Unidos anunciaron a los espectadores más desprevenidos que El árbol de la vida era una película “rara”, pero el adjetivo no impidió que cosechara elogios entusiastas entre muchos críticos y entre no pocos aficionados. Hay quien sostiene abiertamente que se trata una verdadera obra de arte. Lo que parece claro es que la película ha confirmado que Terrence Malick es un director que funciona al margen de todos los demás.


Terrence Malick (1943) es un cineasta difícil, de la estirpe de Tarkovski y Erice, emparentado con Bergman o Kubrick en su tenaz búsqueda de respuestas. Al fin y al cabo, un director que rueda cinco películas en 38 años se toma las cosas con calma. 

2011 fue año de estreno para Malick, que llevaba más de un lustro en silencio. Su última obra se titula El árbol de la vida, película con la que ganó por primera vez la Palma de Oro de Cannes. El árbol de la vida es una sorprendente reflexión sobre el origen del mundo, Dios y sus criaturas, a través de los ojos de un niño americano de la década de 1950. En el reparto, actores de primera fila como Brad Pitt o Sean Penn y una semidesconocida Jessica Chastain, magnífica en su papel de madre. Como magnífica es la fotografía y la música.
La película ha cosechado reacciones desiguales entre los espectadores de a pie —muchos abandonaron las salas donde se exhibía por considerarla “una película rara”—, pero los elogios han sido bastante unánimes entre la crítica. Carlos Boyero (El País) lo tuvo muy claro desde que la vio en Cannes: “Malick se inventa un lenguaje de artista superior para hablar de la iniciación, del descubrimiento permanente. Su prodigiosa cámara recrea juegos, estados de ánimo, miedos, visiones, enigmas, amores, paisajes, libertad, asombro, dudas, olores, revelaciones que te acompañarán toda tu vida y la lacerante nostalgia de haber vivido alguna vez en un paraíso que se ha perdido”. Pablo Jáuregui  (El Mundo) se detiene en las relaciones que establece la película de Malick con la ciencia y la religión: “El árbol de la vida ofrece un banquete de eso que los ingleses llaman food for thought (alimento para la reflexión), sobre nuestro lugar en el Universo, y la cadena cósmica que ha llevado a una circunstancia tan extraordinaria como la posibilidad de que yo ahora mismo pueda escribir estas palabras, y usted pueda leerlas”. Jerónimo José Martín (Aceprensa) habla de “un conmovedor canto a la vida y una verdadera obra maestra, tanto en su utilización de los recursos fílmicos como en su valiente inmersión en la naturaleza trascendente pero herida del ser humano”.

Filósofo y periodista. No es fácil concretar dónde empezó el recorrido hacia esas valoraciones entusiastas de El árbol de la vida. Hay quien sostiene que Malick nació en Waco (Texas) y hay biografías que afirman que vio la luz en Ottawa (Illinois). Quizá lo más honrado sea reconocer que no está claro dónde nació Malick. Él, as usual, guarda silencio sobre sus orígenes. Ni consiente ni disiente. Calla, pero tampoco otorga.

De Terrence Malick se conoce su diminutivo, Terry, y a su familia, originaria de Oriente Medio. Su padre, figura esencial, era católico maronita libanés y su madre una norteamericana evangélica. Sin embargo, los Malick siempre convivieron con el misterio, componente inevitable del mundo oriental e ingrediente básico en la existencia familiar.
Uno de sus dos hermanos, Larry, era un guitarrista clásico notable, discípulo de Andrés Segovia en los cursos de verano de Música en Compostela. Pero también era obsesivo y exigente. Tanto que se rompió las manos “por no poder expresar su universo interior”. Poco después Larry Malick se suicidó y su muerte dejó otro poso de melancolía en Terry, dolor reforzado por el fallecimiento del hermano pequeño, Chris, abrasado en un accidente de automóvil.

Quizá por eso Malick decidió estudiar filosofía en Harvard y preparar una tesis doctoral sobre Heidegger, su filósofo de cabecera por su capacidad de abrir mundos y por su demolición de la metafísica. Malick tenía 21 años y una audacia indiscutible. Temeraria, pero indiscutible.

Alguien de Oxford descubrió entonces su capacidad intelectual y consiguió que le dieran la beca Rhodes, quizá la más prestigiosa del mundo y sin duda la más antigua. Ingresó en el Magdalen College fascinado con el estilo oxoniense, algo comprensible si has nacido en Texas o incluso en Illinois. Pero Terrence, fiel al fatalismo de los Malick, no perseveró y decidió mudarse a Londres. Justo antes de abandonar visitó a su director de tesis para aclararle: “Eres un perfecto ignorante”. 

En la capital británica trabajó un tiempo para Newsweek y Life de periodista independiente, pero de nuevo se cansó y decidió volver a los Estados Unidos. Volvió también a la filosofía, siempre la filosofía, como vuelve un hijo pródigo. Ahora bien, amar la sabiduría (aunque sea para dar clase en el MIT, su nuevo destino) equivale a ser “sospechoso”. Al fin y al cabo, pensar es la actividad más subversiva del mundo. Y eso te convierte en raro y peligroso. Al menos, de entrada. 

El Malick adolescente podía ser muchas cosas, pero no un inadaptado. En sus años de High School (modesto “instituto” hispánico) fue un excelente alumno, un muchacho simpático y culto, e incluso un buen jugador de fútbol americano Como deportista Malick era lento, dicen, pero sorprendente por su visión de juego. Años más tarde su cine sería similar. Pausado, pero creativo. Complejo y brillante hasta el enojo.

El público, sin embargo, no supo apreciar ese talento en su primera película, Lanton Mills, que dirigió en 1969 con música y guión propios. En los ratos libres (porque los tenía) traducía al viejo Martin (Heidegger), amor nunca abandonado. Lo más sorprendente de Lanton Mills no es que Malick actuara (junto a Harry Dean Stanton, habitual de Sam Peckinpah) o que durase 17 minutos. Nada de eso. Lo increíble es que era ¡una comedia de vaqueros! 

Por aquella época acababa de terminar un máster en Arte en el American Film Institute de Los Ángeles. Allí conoció a John Cassavetes y David Lynch, dos cineastas empeñados también en crear sus propios universos. El mecenas de los experimentos cinematográficos era Jack Nicholson, Easy Rider de reparto, que lo mismo se iba a Inglewood a ver a los Lakers en primera fila, que desaparecía cuatro días (con sus correspondientes noches) para discutir guiones con Lynch y Malick entre vapores etílicos y marihuana. ¡Ah! la bohemia.

Los siguientes dos años Terry el etéreo hizo de todo para sobrevivir. Por ejemplo, colaborar en el guión de Harry el sucio, demostración palmaria de que hasta los genios tienen que comer. Primum vivere, deinde philosophari.

Abril es el mes más cruel. Cuatro años tardó Malick en recuperarse del esfuerzo creativo de los 17 minutos de Lanton Mills. Hasta 1973. Ese fue el momento elegido para estrenar su primera película de verdad, Malas tierras (Badlands en inglés, que bien pudo traducirse como La tierra baldía, la del esencial y esencialista T.S. Eliot), un estudio sobre el hastío vital que hubiera firmado el mismo Godard

Malas Tierras es una road-movie que sigue la huida de un asesino (Martin Sheen) y su novia adolescente (Sissy Spacek antes de ser la atormentada Carrie de mirada ardiente). Así, de entrada, no es una película para ir con hijas adolescentes. En ella Malick retrata un país a la deriva entre mitos derruidos y un futuro sombrío. Es decir, los Estados Unidos de comienzos de la década de 1970, atrapados en la violencia vietnamita, la revolución sexual y la lisérgica contracultura beat. Todo muy alternativo, pero con inesperados beneficios para Malick, que vendió los derechos de distribución a Warner Bros por el triple de lo que había costado la película.

Los beneficios de Malas tierras le permitieron pasar los siguientes tres años centrado en el guión de Días del cielo (Days of Heaven), estrenada en 1978 con música de Morricone y fotografía de Néstor Almendros, que ganó el Oscar por este trabajo. 

Protagonizada por Richard Gere, Días del cielo gira alrededor de un triángulo amoroso y rural en la década de 1910. Para entonces Malick ya se había divorciado de su primera esposa y tanto Dustin Hoffmann como Al Pacino habían rechazado el papel principal. En principio, ambos sucesos no tienen relación, pero nunca se sabe. 

La película es una parábola preciosista sobre el cielo y el infierno donde los protagonistas son un poderoso granjero de Texas (Dios en su Edén particular) y una pareja de supuestos hermanos que, en realidad, son amantes (¿Adán y Eva?). Sin embargo, estos renunciarán a todo para escapar de la pobreza (infierno terrenal) y quedarse con el granjero a cambio de… Lo mejor es verla. 

Los franceses, siempre dispuestos a adoptar a los genios, aunque ellos se resistan, distinguieron a Malick con el Prix de la mise en scène (léase “Mejor director”) en Cannes. Por delante incluso de Coppola, que se llevó la Palma de Oro a la mejor película con Apocalypse Now

Pese a los esfuerzos de la distribuidora, Días del cielo fue un estrepitoso fracaso de público y un magnífico éxito de crítica, circunstancia que el director ignoró, pero que enfureció a la Paramount, cansada de los dos años de post-producción que se tomó Malick como si no ocurriera nada.

Sin embargo, ocurrió y, después de ese choque con la gran industria, llegó el silencio. Fundido en negro y au revoir. Malick desapareció. Dicen que se fue a París, se casó de nuevo y también que se divorció para intentarlo por tercera vez (el corazón tiene razones que la razón no entiende). 

Una delgada línea roja. Con estos antecedentes hay que tener valor para asomarse a sus películas, de las que siempre es guionista en solitario. Como el esquivo guardián entre el centeno (críptico y malhumorado Salinger), Malick no concede entrevistas, no hace promociones y prohíbe que se le fotografíe. Todo por contrato. Sólo por esto último merece respeto eterno. 

A Malick el “gran público” no le importa demasiado. Así que ir al cine a entretenerse con una de sus películas es suicida. Para eso ya están Oliver Stone o Pedro Almodóvar, enredado hoy en la piel que habita para regocijo del citado Carlos Boyero, rey de armas en El País

Incluso aunque aparente ser de guerra, una de Malick siempre esconde peligros. Por ejemplo, la famosa La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998), regreso triunfal que algunos críticos consideran el summum del cine bélico. Ignoro si es la mejor, pero indudablemente de las mejores. Habría que interrogar a Kubrick y Coppola. Tardó 20 años en estrenarla. 

El guión se basó en una novela de James Jones (autor también de De aquí a la eternidad, con Burt Lancaster y Deborah Kerr sobre la arena). En La delgada línea roja Malick analiza el sufrimiento humano en un escenario épico, la batalla de Guadalcanal (Islas Salomón), ofensiva mayor norteamericana contra el imperial Japón. Hacía un siglo que no filmaba, por eso se permitió el lujo de incluir más reflexiones interiores de lo habitual (“Sólo me siento solo cuando estoy con gente”), el stream-of-consciousness que media España (de izquierdas) aprendió con Tiempo de silencio de Martín-Santos. Puro realismo dialéctico.

En realidad esa película no es bélica. Nunca. Jamais de la vie. Never ever, que diría John Wayne en su versión boina verde… si hubiese estado vivo para verla. Lo que Malick hace es analizar cómo la guerra degrada al hombre, pero alejado del pesimismo insuperable de Kubrick en La chaqueta metálica. Es más bien una lucha contra la naturaleza, ámbito donde rigen unas leyes propias que escapan al control humano. Escenas como la de los niños nadando en unas aguas tan azules que parecen el cielo, anuncian que en este mundo hay otro más sencillo, más hermoso, pero difícil de descubrir y conservar. 

El hombre, viene a decir, altera continuamente la Creación que Dios le regaló y que apenas comprende (el hombre, se supone que Dios la entiende perfectamente). Por ese motivo, es fascinante ver a un grupo de soldados exhaustos de aquí para allá en un espectacular entorno tropical que les envuelve y les supera. Como si Malick dijera: “Bien, os concedo que la guerra es amarga, pero pasará. La naturaleza (la jungla, los insectos, las serpientes) le sobrevivirá”.

Quizá el momento de la película que resume todas sus intenciones es aquel donde los soldados se cruzan con un nativo que camina ausente. Casi se rozan con él, muerto vivente de otra dimensión. Ajeno a la destrucción que esos militares están a punto de provocar. Pocas veces una secuencia tan sencilla ha expresado tanto. ¿El problema? La película dura casi tres horas, la voz narradora es omnipresente y hace falta una paciencia bovina para seguir el hilo argumental.
Apenas siete años más tarde (“apenas” para el ritmo de Malick) se estrenó su cuarta película, El nuevo mundo (The New World, 2005), una versión libre y panteísta de la leyenda americana de la india Pocahontas en Virginia, siglo xvii, tomada como recurso para reflexionar sobre las ventajas e inconvenientes de la civilización. 

Poco antes estuvo a punto de dirigir la película sobre “Che” Guevara, con guión de Soderbergh, pero ese proyecto tuvo problemas financieros y Malick huyó. Pese a contar en el reparto con Colin Farrell, Christian Bale y Christopher Plummer, El nuevo mundo fue un nuevo fracaso de taquilla. Costó 30 millones de dólares y recaudó 30,5 cuando, para ser rentable, debe recaudar al menos el doble de lo que costó. Da la sensación de que hay personas orgullosas de perder dinero con las ideas de este director.

Jessica Chastain, actriz pincipal
La vida como un árbol. En la obra de Terrence Malick casi nada es lo que parece, paradoja que se siente con especial fuerza en su último estreno, El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011), una historia profunda que desafía al espectador en los planos visual e intelectual. 

Quizá sea una especie de sea-mail, mensaje en la botella lanzada a la mar océana. Poco importa. Como también importa poco que los actores sean un severo Brad Pitt o un Sean Penn lánguido. Lo que cuenta es el guión (de Malick, con el visto bueno de Malick), fino alambre en el que suspende emociones y pensamientos eternos. El amor, el fracaso, la ira o el miedo. 

En El árbol de la vida (Palma de Oro en Cannes) se mezclan, aparentemente sin sentido, versículos del bíblico Libro de Job con reflexiones sobre el origen del universo o el lento discurrir cotidiano de una familia de clase media americana durante la Guerra Fría. ¿Cómo se descifra eso? Ciertamente, con dificultad. La primera media hora de película es arduo saber de qué te hablan. 

La historia gira alrededor del sentido de la vida. No como lo hicieron los irreverentes Monty Phyton, entonces ya en decadencia. Eso no. Más bien, la vida y el universo en plan Rahner o Bergman. Cosmología y metafísica de la religión. El caso es que Malick aparenta inicialmente una visión veterotestamentaria de la divinidad. Perdón por escribir “veterotestamentaria”, quería decir judía. Judía en el sentido de concebir a Dios como un ser al acecho, iracundo e imprevisible. 

De hecho, el título de la película está tomado de uno de los símbolos cabalísticos más importantes del judaísmo. Ese “árbol” nos acerca a la comprensión de Dios y cómo Él creó el mundo a partir de diferentes estadios (la Sabiduría, la Misericordia, la Justicia o la Gloria), entendidos como emanaciones perfectas de Yahvé. 

En ese escenario Malick despliega su elipsis divina sobre el árbol de la vida (Génesis 2:9), aquel que representa la inmortalidad, y que coprotagoniza la historia del Jardín del Edén con el árbol más famoso de la Historia: el árbol de la ciencia del Bien y el Mal.

El protagonista de la historia es Jack O’Brien (cuyas iniciales son las de “Job”), un muchacho inquieto e introspectivo que cuestiona el mundo y las reglas de ese mundo. Reglas que establece su padre (Brad Pitt), aunque también se las salte cuando nadie le mira, para intentar educar a sus tres hijos varones (clara alusión a los tres hermanos Malick). 

El progenitor es un hombre íntegro y riguroso como buen católico preconciliar, pero que pone continuamente al joven Jack a prueba –como Dios a Job–. ¿Para qué? Para fortalecerlo y enseñarle a sobrevivir en un mundo inhóspito. Digamos que Brad Pitt/Dios es como la naturaleza: inmisericorde, pero atractivo; refugio y castigo a un tiempo.
En medio de tanta confusión la madre de Jack es el polo opuesto. Habla (voz en off, estoy seguro de que no pudo evitarlo) de la misericordia, del arrepentimiento, de la alegría. Ella representa la Nueva Alianza, el misterio cristiano, el milagro de vivir. Ella es la persona que le enseña qué es la Gracia, entendida como elevación de la naturaleza humana hasta desembocar en la vida sobrenatural. Por eso también su madre es Dios, el mismo Dios del Nuevo Testamento, que le asegura: “Si no sabes amar, Jack, tu vida pasará como un destello”.

De modo que Dios está representado por el padre y la madre de Jack. No tiene sexo. Es hombre y mujer a la vez. Pero el pequeño Jack/Job debe descubrir por sí mismo el mensaje que ese Dios (Creador y Arquitecto del Universo por un lado; Padre y Redentor por otro) tiene reservado para él. Un mensaje de dolor (la muerte de su hermano en la guerra), incomprensión y angustia. De tremenda soledad interior en medio de una acompañada frivolidad. No es casual que Jack adulto (interpretado por Sean Penn) sea un exitoso y retraído arquitecto de Houston.

Sin embargo, dice el guión, hay dos caminos para recorrer la vida: el de la naturaleza y el del espíritu. “Y debes elegir cuál vas a seguir”. Por eso la historia gira sobre la Gracia y el perdón. En ese orden. Una Gracia que es la única que nos permite sobrellevar el absurdo mundo natural (hosco, implacable) hasta que aceptemos el designio divino (¿inescrutable?) sobre nuestras propias vidas. Y perdonar. Perdonar a Dios por habernos abandonado a merced del odio y la muerte (¿el infierno es el Otro? Habría que preguntárselo a Sartre), censura que Malick ya había desarrollado con crueldad en La delgada línea roja

Sólo así se entiende que el protagonista (Jack/Job) perdone a su padre (Dios) y que ese perdón le redima y le permita gozar de la visión beatífica junto a todas las personas a las que ha amado. En síntesis, solo si caemos, lloramos y perdonamos (tanto a Dios como a los hombres) podremos entrar en el Reino de los Cielos.

Como escribió en Esquire David Thompson: “Pensemos lo que pensemos de El árbol de la vida y de su oscilación entre lo sublime y lo ridículo, para los amantes del cine y sus sueños extravagantes al margen de obligaciones como el ingreso en taquilla, Malick convence al mundo de que los cineastas pueden ser mejores de lo que son. Capaces de crear una película que cambiará nuestro modo de pensar. Todo parte de la gracia y la belleza que el artista ve en el mundo. Porque él difiere de Stanley Kubrick en un elemento clave: Kubrick era de un pesimismo indomable. Malick es un creyente”.

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martes, 24 de enero de 2012

Año Jubilar en Cuba: la Caridad nos une

Desde el pasado 7 de enero todos los cubanos están invitados por la Iglesia católica a celebrar el Año Jubilar por el 400 aniversario de la aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba desde 1916 por petición popular iniciada por los veteranos de la Guerre de Independencia contra España (1895-1898). 

La imagen, sin embargo, es venerada por el pueblo de Cuba desde mucho tiempo atrás. Según la tradición, una talla de la Virgen María apareció flotando en la bahía de Nipe ante unos pescadores. La historia se conoce porque fue narrada bajo juramento eclesiástico por Juan Moreno, "el negrito de La Caridad", uno de los tres testigos que la encontraron. El relato se encuentra en el Archivo de Indias (Sevilla, España).

El esclavo Moreno contó cómo iba en una canoa en busca de sal acompañado de dos indios nativos Juan y Rodrigo de Hoyos. Salieron de Cayo Francés (en la Bahía de Nipe, provincia de Oriente) y observaron en el mar un objeto blanco. Al acercarse vieron con asombro que se trataba de una imagen de la Virgen sobre una tablilla donde se podía leer: "Yo Soy La Virgen de La Caridad". Según el relato de Moreno "la Virgen estaba seca".

Al parecer, la imagen de la Virgen de la Caridad fue llevada a Cuba por el capitán español de artillería Francisco Sánchez de Moya en 1597. Este militar cumplía la misión de  defender las minas de la Sierra del Cobre contra los ataques de piratas ingleses. Una vez allí, ordenó levantar una pequeña iglesia donde soldados y mineros pudieran rezar ante la Virgen de la Caridad Virgen de la Caridad, patrona de Illescas (Toledo, España), villa natal del capitán Sánchez de Moya. 

Años más tarde, en 1612, la imagen apareció en el mar ante "Los tres Juanes", que es como se conoce popularmente a los descubridores. Éstos la llevaron a tierra y la dejaron en el poblado de Barajagua. Allí recibió culto desde el principio, con especial veneración de los esclavos e indios porque tenía atributos similares a la deidad Atabey (deidad aborigen madre del Ser Supremo, madre de las aguas dulces y de la fertilidad materna, diosa  propiciadora del género humano).

Basílica de la Caridad del Cobre. Santuario Nacional.

Según algunos fieles, la imagen desaparecía durate las noches y volvía a aparecer de de día, lo que fue interpretado como un disgusto de la Virgen, que no estaba conforme con su ubicación. Una tarde, casi de noche una niña llamada Apolonia subió hasta el cerro de las minas del Cobre donde trabajaba su madre y vio la imagen de la Virgen de la Caridad en la cima. Informado del suceso el capitán Sánchez de Moya, que era el administrador de las Minas del Cobre y las que dependía Barajagua, se ordenó el traslado de la imagen al poblado de Santiago del Prado, en el real de Minas del Cobre. 

Mientras se decidía dónde levantar una nueva ermita para colocar a la imagen, aparecieron durante tres noches consecutivas unas luces sobre una loma, por lo que se decidió levantar allí la pequeña iglesia en la que descansaría la Virgen de la Caridad.



viernes, 2 de diciembre de 2011

España-Cuba: nueva agenda exterior

Publicado el 2 de diciembre en el 
Servicio Informativo del Cuban Transition Project. 
ICCAS-University of Miami

Encuentro de Rajoy en 2010 con disidentes cubanos
Mariano Rajoy, presidente electo de España desde el pasado 20 de noviembre, sigue en silencio. Él es un político resistente que ni desvela sus cartas ni quiere ofender. Ni dentro ni fuera de su formación, el conservador Partido Popular (PP).
Mientras tanto, los candidatos a ministro y las teorías sobre la acción política de Rajoy se suceden a toda velocidad. También, por supuesto, en el campo de las relaciones exteriores, con especial y forzosa atención a Europa por la descomunal crisis económica. No en vano el programa electoral popular en este campo se titula “Política europea y proyección exterior”. Primero, Europa. Después, los demás.
Sin embargo, tanto la dimensión atlántica (EEUU, Canada y la OTAN) como la latinoamericana son importantes para Rajoy. De hecho, el PP asegura que Iberoamérica está en su ADN político y cita a continuación a un solo país “por sus especiales dificultades para tener contacto con el mundo libre”: Cuba.
Esta alusión se debe probablemente a Jorge Moragas, diplomático de carrera y coordinador de Relaciones Internacionales del PP, buen conocedor de realidad cubana. Moragas, que fue expulsado de la Isla en 2004 por intentar reunirse con los opositores Oswaldo Payá y Blanca Reyes, es quizá el principal asesor de Rajoy para asuntos americanos y defiende con fuerza la “cuestión cubana” como una de las banderas de su partido.
Sin embargo no siempre fue así. Recuérdese, por ejemplo, cómo el histórico fundador del PP, Manuel Fraga, ha mantenido una sorprendente sintonía con Fidel Castro, continuadora de las buenas relaciones de Franco con el dictador cubano.
Ese doble juego del PP desapareció por completo en 1996, año del triunfo de José Mª Aznar (por cierto, nieto del director del Diario de La Marina en la década de 1920, Manuel Aznar). Pero en 2004 la dictadura recibió de Rodríguez Zapatero un respaldo desconocido desde la década de 1980. Su ejecutor fue el ministro Miguel Ángel Moratinos, de grato recuerdo para los comunistas cubanos
Durante los últimos siete años han sido innumerables los actos y comunicados del PP en apoyo de los disidentes cubanos. No sólo a nivel nacional, sino tambien en la Unión Europea (apoyando el Premio Sajarov de DDHH para Oswaldo Payá o Guillermo Fariñas) y en su think tank –la Fundación FAES-. Por tanto, con el reciente cambio de gobierno que apoyaron 11 millones de españoles, Cuba pierde a su principal aliado en Europa.
Las consecuencias inmediatas serán tres: el cambio de embajador en La Habana; más apoyo público a los disidentes (por ejemplo, con las invitaciones a la fiesta nacional del 12 de octubre en la embajada); y, en especial, el impulso a la Posición Común europea, promovida por Aznar en 1996 para acelerar “la transición hacía la democracia y el respeto por los derechos humanos […] y la cooperación con todos los sectores de la sociedad cubana”.
Sin duda el eje de la agenda exterior de Rajoy será el consenso con los socios europeos. Quiere así recuperar la visibilidad en los asuntos internacionales y Cuba (y América Latina por extensión) es un espacio en el que España debe recuperar un protagonismo acorde con su historia y presencia económica. Sin embargo, el estilo de Rajoy será diferente al de Aznar. De hecho, sus alusiones a Cuba o Venezuela durante la campaña electoral han sido mínimas. Temeroso quizá de movilizar al electorado socialista radical, ahora refugiado en Izquierda Unida (IU, comunista).
Sin duda Rajoy –pese a contar con una amplia mayoría absoluta- buscará en el asunto cubano alianzas con otros grupos. Incluso sería conveniente que planteara una “Posición Común” de los partidos políticos españoles. Ahí encontraría el apoyo del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y del catalán Convergencia y Unión (CiU). En el primero, de la mano del senador Iñaki Anasagasti (venezolano de nacimiento) y en el segudo con el diputado Jordi Xuclà, ambos decididos partidarios de la democracia en Cuba. Incluso tendría el respaldo del progresista UPyD (que tiene cinco diputados) y con el parlamentario de Unión del Pueblo Navarro, Carlos Salvador, y el de Foro Asturias, Álvarez Sostres, recién llegado a la Congreso.
Se demostraría así que el rechazo a la dictadura cubana no es un asunto exclusivo del PP, sino que une por igual a conservadores y progresistas; nacionalistas y constitucionalistas. ¿Quién se queda fuera de esta alianza? Obviamente, el PSOE, los ecologistas (Equo-Compromís) e Izquierda Unida, cuyo diputado más combativo es el médico asturiano Gaspar Llamazares, que realizó una maestría en La Habana sobre Salud Pública costeada por el régimen).
Tras la elección del nuevo secretario general socialista en febrero de 2012 se sabrá si el PSOE mantiene su conocida alianza con el régimen cubano o, por el contrario, hay un acercamiento a las tesis democratizadoras del PP. Con ellas han simpatizado históricos políticos socialistas como Jesús Yáñez (expulsado de Cuba en 2008) o el ex presidente del Congreso, Juan José Laborda, pero son una exigüa minoría dentro de ese partido.
Cartel contra Aznar en Centro Habana
Hoy es indudable que Rajoy modificará la política exterior y que lo hará sin estridencias. El nuevo presidente español odia el conflicto público y aún tiene presente la gigantesca manifestación de 2003 donde medio millón de cubanos sitiaron la embajada española para insultar a Aznar, al que Fidel Castro bautizó como “el führercito del bigotico”.  
Para la próxima legislatura, la prioridad de España está en Bruselas (UE) y Berlín, no en La Habana. Esto lo confirma el perfil de los “ministrables” para canciller: Rodrigo Rato (ex presidente del FMI y ex ministro de Economía con Aznar) y Miguel Arias Cañete (abogado del Estado y eurodiputado durante 13 años). Curiosamente, ambos son antiguos alumnos de los jesuitas de Chamartín (Madrid), donde tuvieron como profesores a algunos sacerdotes expulsados de Cuba en 1961.
Pese a todo, Rajoy ha declarado que la primera persona en conocer los nombramientos será el Rey, por lo que hay otros candidatos a ese cargo (como el ex ministro de Exteriores Josep Piqué o el cabeza de lista por Barcelona, Jorge Fernández Díaz). Sin embargo, no es descartable que, a última hora, Rajoy se decante por un nombramiento sorpresa, tipo Francisco Millán, diplomatico y eurodiputado experto en las relaciones UE-EE.UU., cuyo nombre gana fuerza por su cercanía personal a Rajoy.
En síntesis, el próximo presidente español ejecutará una política  previsible con Cuba basada en la petición de elecciones libres, el respeto de los derechos humanos y el apoyo pleno a la oposición democrática. Pero evitará los choques frontales con los Castro, política que contará con el respaldo de Alemania y Francia, claras defensoras la Posición Común de la Unión Europea. En esa estrategia España se apoyará sin duda en la Iglesia católica cubana, único interlocutor organizado e independiente.
Por su parte, La Habana colocará a España nuevamente en el grupo de potenciales enemigos. Podrá así justificar el cierre de filas y la falta de apertura política, pero las tensiones bilaterales será menores. Rajoy sabe que la dictadura cubana se mueve mucho mejor en la confrontación, ya que fortalece su lógica del “enemigo externo" y le permiten exhibir un nacionalismo pueril, pero eficaz internamente.
De modo que España hará de la necesidad virtud y no reconocerá la cuestión cubana como prioritaria. Quizá sí retóricamente, pero no con medidas novedosas, más allá de las que se pacten en Bruselas. Es decir, el nuevo gobierno del PP intentará defender los intereses españoles en Cuba (Madrid es el tercer inversor tras Venezuela y China con unos 1.000 millones € en comercio bilateral), pero sin olvidar la defensa de los valores democráticos.