martes, 29 de julio de 2008

Minas en el corazón


Le conozco desde hace muchos años, aunque es mayor que yo. Enrique Figaredo es un jesuita pequeño y sonriente al que se le está poniendo cara de chino. Quizá sea porque lleva dos décadas en Camboya como misionero o, simplemente, porque ya es un camboyano más.

Me reencontré con él a media mañana tomando un café, mientras buscaba con ansiedad un periódico que echarme a los ojos. Cogí La Vanguardia con recelo –he de confesarlo– tal y como vienen las noticias de Barcelona en los últimos tiempos. Sin embargo, los temores se desvanecieron al ojear la contraportada y reparar en el titular. De inmediato mi curiosidad voló hacia una fotografía que me miraba con insistencia, un retrato con rasgos familiares. Extrañamente familiares.

Y tanto. Ahí estaba Kike con su cara de escolar travieso, el pelo ya blanco y una foto en la mano. En ella se ve a una niña, todo sonrisa, agarrada con fuerza sus muletas. Luego supe que se llama Mom y le falta una pierna. Se la arrancó de cuajo una mina antipersona mientras cuidaba cerdos en su aldea. Sin embargo, sonríe y a mí se me encoge el alma al pensar que esa cría podría ser Graciela, mi hija, que tiene 8 años y rebosa un inimitable entusiasmo por la vida.

Pese a ser una víctima, Mom ríe con fuerza. Con una expresión sincera e indochina. Agradecida por haber tenido una segunda oportunidad. Se la dieron los jesuitas, que trabajan junto a otras personas de bien para dar un sentido a la vida de miles de heridos. Son la herencia amputada del genocidio de los jemeres rojos, aquella insaciable jauría de carniceros comunistas que aniquiló a sus compatriotas. Fue a mediados de los setenta, cuando Pol Pot y sus alimañas llegaron al poder con una misión de verdugos: hacer tabla rasa con su pueblo. El resultado fue atroz, deportaciones, esclavitud, torturas y el asesinatos de dos millones de personas sobre una población de ocho. En apenas cuatro años. La orgía de sangre alcanzó tales dimensiones que la población civil minó aldeas y pueblos para protegerse de aquellos idílicos revolucionarios educados en Francia. Jeunes cannibales merveilleux.

Enterrar una mina costaba entonces un dólar. Desactivarla hoy vale mil. Por eso, un cuarto de siglo más tarde hay doce millones de artefactos sembrados por todo el país. Tantos como habitantes. Esa es la igualdad comunista: una mina para cada camboyano. Eche la cuenta y sabrá entonces porqué Figaredo ha dedicado veinte años de su vida a estas gentes olvidadas. Un pueblo en el que cada día tres personas vuelan por los aires al pisar una bomba. Por eso a Mom le falta una pierna y, pese a ello, es una afortunada. Podría sucederle como a Sorha, que simplemente no tiene piernas. Por eso estremece saber que, cuando recibió su silla de ruedas, miró alegre hacia abajo y dijo: “Adiós suelo”. Llevaba años arrastrándose.

Si cierro los ojos puedo recordar a Kike caminando con pausa por los pasillos centenarios de nuestro colegio. En aquellas aulas nos criamos los dos, aunque él me llevaba ventaja. Si los cierro aún le veo en su vespa camino de Somió, donde vivía. Kike se crió con muchos hermanos y decenas de primos en la casa grande de su abuela. Años más tarde estudió Económicas, creo que en Madrid, y entre apuntes y oración cuajó una vocación fuerte.

Su familia pertenece a esa burguesía asturiana que prosperó con las minas, pero de carbón. Uno de sus primos carnales, Rodrigo, hizo una gran carrera y llegó a ser vicepresidente del gobierno de España y director del FMI. En una visita reciente a Camboya, Kike le dijo a su primo "La pobreza es esto, Rodrigo".

Ahora Kike es el obispo de Battambang, una amplia región camboyana. Desde hace 5 años. Le consagró Juan Pablo II y el gijonés aceptó, convencido de que así podría hacer mucho más por sus hermanos orientales. Como un nuevo Francisco Javier. Lo hace en un antiguo cuartel convertido en escuela-taller. En él fabrican sillas de ruedas y los chicos aprenden un oficio mientras buscan fondos para sus proyectos (www.sauceong.org) y, sobre todo, divulgan la inmensa labor que hacen al otro lado del mundo.

Resulta irónico que lleguen desde tan lejos para recordarnos lo que de verdad importa: que la vida sólo merece la pena si uno la vive para los demás. Apúntese.

viernes, 25 de julio de 2008

Canta, Pepo, canta

Pepo ha muerto y eso que era argentino y vivía en Rafaela, una población de la Pampa a quinientos kilómetros de Buenos Aires. Es decir, en la misma nada.

Al final de su vida todo le sonreía: tenía casa y comida garantizada y, además, el clima era excelente para sus plumas verdes. Por cierto, he olvidado decir que Pepo era un loro, el más célebre de su familia. Su fama llegó a España hace un par de años, aunque al principio su historia fue intrascendente. Ocurrió un jueves cualquiera cuando sus dueños, los Machado, descubrieron que la percha de Pepo estaba vacía. Toda la familia se puso a buscarlo de inmediato. Por el patio, por las habitaciones, por los árboles del vecindario.

Al principio, creyeron que la primavera le habría aturdido y quizá se había fugado con alguna pájara de buen volar. Sin embargo, Pepo era un loro tímido y no estaba para aventuras, así que, después de dos o tres días de ausencia, sus dueños pensaron en un secuestro por más que fuera una posibilidad incierta en Rafaela, donde abundan los loros. Con todo, tras una intensa búsqueda, los hijos del matrimonio Machado encontraron en un balcón cercano a un loro igual a Pepo que se ponía morado de chocolate, manjar que jamás cataba en su antiguo hogar.

Los chicos llamaron a la puerta y reclamaron al papagayo, que como buena trepadora, había mejorado de barrio. La familia Vega –que eran los supuestos secuestradores– tenía una terraza amplia y aireada y encima le había puesto un columpio, así que el doble de Pepo estaba como un ave del paraíso. Para más escarnio, los Vega dijeron que el loro llevaba con ellos mucho tiempo y que se llamaba Borges por su mirada infinita.

Ahí mismo comenzaron los gritos y los insultos. Los Machado se lanzaron a por el animal, que volaba asustado de cortina en cortina mientras los Vega agredían a los invasores con una escoba. La disputa terminó cuando vieron el ataque de nervios del loro, que se quedó pajarito debajo de una mesa camilla.

El trauma emocional de Pepo le impidió identificar a sus dueños, así que tuvo que mediar la policía. Ésta se había presentado en la escena del delito alertada por un vecino diligente, que avisó de un caso de violencia doméstica. Los Machado, indignados con la situación, presentaron una denuncia por robo, lo que provocó la detención del loro en comisaría hasta que se descubriera a los dueños legítimos.

Cinco días estuvo el pobre Pepo en el cuartelillo mientras las partes presentaban pruebas de su propiedad. Los Machado señalaron que sabía cantar el himno del San Lorenzo, club de fútbol del que es hincha toda la familia, mientras que los Vega aseguraban que ellos le habían enseñado una popular canción titulada Zapatos rotos.

La policía inició entonces una serie de interminables “interrogatorios”. Asignaron a un guardia para que hiciera vigilancia permanente (el poli bueno) y metieron un gato en la sala (el poli malo) a ver si el loro cantaba. El pájaro, que no pudo hablar con su abogado, terminó por llamar a “Jorge”, en alusión a Jorge Machado, uno de los reclamantes. El misterio estaba resuelto.

Hace unos días Pepo estiró la pata. Lo hizo sin alboroto, alejado para siempre del glamour de sus días dorados, cuando la prensa mundial se fijó en su historia. Sin embargo, murió en paz y con la alegría de haber visto de reojo el último título del San Lorenzo, el Torneo Clausura 2007, equipo que, por cierto, mandó a la familia un telegrama de condolencia.

martes, 22 de julio de 2008

Lunáticos

Dice el cantar de romería que hay un gallego en la Luna, cosa que confirman en Valencia porque están seguros de que la Luna es suya. Lo que nadie sabía es que eso de “Vivir en la Luna” va a tener un sentido literal. Como lo oye.

Resulta que un empresario astuto ha visto un filón en la venta de parcelas del satélite blanco. El ocurrente pájaro, que se llama Daniel Yaron, ha puesto las finquitas lunares al alcance de todas las fortunas y por unos humildes 60 US$ te llevas 500 m2.

En los anuncios de la empresa (www.crazythings.com.il) no se aclara si los terrenos tienen vistas al Mar de la Tranquilidad -por cierto, descubierto y bautizado por un jesuita astrónomo- o cuentan con cráter particular –que van de miedo para las barbacoas familiares–.

La publicidad tampoco precisa si pueden llegar los de la NASA y aparcar su nave en tu jardín, pero lo que sí ha quedado claro son otras cosas. Por ejemplo, en la Luna el Impuesto de Bienes Inmuebles está por los suelos y hay un silencio monástico, pero de monasterio preconciliar. El servicio de autobuses, sin embargo, es deficiente y como la parcela te toque en la cara oculta olvídate de tomar el sol.

Superado el primer momento de estupor, a uno le entra la risa floja cuando oye semejantes jaimitadas. Con todo –debo confesarlo– hay un dato en esta historia que no me cuadra, un detallito minúsculo que me hace dudar. Si no fuera por esa minucia me reiría con ganas y lágrimas en los ojos, pero… ¡resulta que el promotor inmobiliario es judío! Y eso, amigo mío, son palabras mayores. Si un judío gasta su dinero en esta ocurrencia es que algo hay.

Digo más. Los primeros 1.000 compradores de los lotes lunares también fueron judíos y todos disponen ya de un certificado de compra con su correspondiente mapa fotográfico del terreno adquirido. Asegura la prensa israelí que el 10% del terreno selenita pertenece ya a los hebreos, así que ya vaticino que la Jerusalén celeste va a tener sede lunar, con su réplica de la tumba del Rey David y la explanada del Templo libre ya de las mezquitas musulmanas. ¡Qué punta le va a sacar Woody Allen a la historia!

Los vendedores, a estas horas famosos en todo el mundo, ofrecían casi 400.000 m2 a precio de saldo y los agradecidos clientes han aprovechado la ganga. Hasta tal punto que ya no quedan terrenos de los buenos, que son los que tienen a la Tierra como horizonte. El motivo del aluvión comprador es que en 2020 habrá en la Luna una base espacial permanente de los EE.UU. y algunos ya quieren especular con el suelo. Yo me lo creo y, si cierro los ojos, veo al inevitable McDonald’s con bolera anexa justo al lado del campamento lunar.

Lo más increíble de todo es que la venta parece ser legal. La única norma que regulaba estas cosas era un tratado de la ONU de 1967 sobre el Espacio Exterior. Ese convenio estableció que ningún gobierno podía reclamar la propiedad de la Luna, pero no dijo nada sobre empresas o individuos. Por esa razón un listillo -Dennis Hope- registró el satélite a su nombre en la década de los 70. Bueno, registró la Luna y, de paso, todos los planetas solares. En su momento se rieron de él, pero las carcajadas terminaron cuando vendió sus derechos de propiedad por 3 millones de euros.

Por si no tuviéramos suficiente con judíos y americanos, ahora llegan los chinos y añaden más zozobra. En Pekín, esos amigos de la libertad que son los comunistas amarillos, han prohibido la venta de propiedades porque “violan las leyes chinas sobre compraventas de satélites (¡!) y, además, alteran el orden social y económico”. Eso además.

Releo la información y me pregunto atónito ¿En qué país vivo yo que ha legislado el matrimonio de homosexuales y no me protege contra la especulación espacial? ¿En un país de lunáticos?

viernes, 18 de julio de 2008

El rey con su peón


Los medios dedican hoy portadas a la fotografía de Juan Carlos I y el ex presidente del gobierno español, Adolfo Suárez, paseando en la casa de éste. El rey de España abraza cariñosamente al que fuera su mano derecha durante la Transición española, ahora enfermo de Alzheimer.

Adolfo Suárez no recuerda siquiera que fue presidente del gobierno, así que la visita del rey -que le condecoró ayer con la Orden del Toison de Oro, la máxima que impone la Casa del Rey- ha resbalado por la memoria del ex político como el mar sobre las rocas.

Ambos son parte destacada de la Historia reciente de España, así que la instantánea ha provocado muchos comentarios, abrumadoramente lacrimógenos con Suárez y cortesanos con el monarca. Es decir, lo habitual con ambos en los últimos años.

En el caso de Suárez es una constante vital. "Me aplauden, pero no me votan", decía cuando a mediados de los años 80 era candidato por el CDS (Centro Democrático y Social).

Hoy ocurre lo mismo. A Suárez se le quiere, pero cada uno a su manera. Por eso el PSOE no alude a la brutal cacería que organizó contra Suárez (¿Alzheimer social?) a finales de los 70, ni el PP a la enconada oposición entre Suárez y Fraga (UCD contra AP). Por supuesto, ni se mencionan los errores del ex presidente al defender el desastroso diseño territorial español ("Estado de las autonomías") o su infausta dimisión en 1981 (deprisa y corriendo), que dejó al país al borde del golpe de Estado.

En esa Transición se descubrió también a Juan Carlos I, "un rey bastante republicano" según la celebrada definición de ese arquitecto social e iluminado sin remedio que es Rodríguez Zapatero. El rey quería, sobre todas las cosas, la restauración. Ese era su único objetivo: devolver a la Casa de Borbón al trono de España. El objetivo es legítimo, los medios empleados son cuestionables.

Por el camino el rey ha sacrificado a todos los peones necesarios: Torcuato, Alfonso Armada (después golpista en el 23-F), Suárez, Sabino Fdez. Campo e, incluso, a la reina, la suya llamada Sofía. En eso del ajedrez el rey de España lo tiene claro: la partida no termina hasta que le den a él jaque mate. Y él es un consumado jugador, sucesor aventajado de Fernando El Católico, que fue -junto a Lorenzo de Médici- el que inspiró a Maquiavelo su celebérrima obra El Príncipe. Sólo así se explica que en España haya hoy democracia. Más o menos "democracia". Más bien, partitocracia.

Por eso esta fotografía me recuerda al ajedrez.

martes, 15 de julio de 2008

Una (otra) historia del Tour

Vicente Blanco fue un bilbaíno que hizo honor a su pueblo. Casi nadie se acuerda de la gesta porque sucedió en 1910 y entonces Bixente era un indocumentado que se deslomaba en una bicicleta, afición de locos y gentes de mal vivir.

Vicente, que nació en Deusto en 1884, fue el primer español en disputar el Tour de Francia. De familia humilde, comenzó a trabajar muy niño, al principio como pinche en un pesquero, más tarde en los altos hornos “La Basconia”, una siderurgia en la que tuvo dos accidentes laborales. En uno perdió un pie, en otro, varios dedos. Por eso, en un alarde de imaginación, le llamaban “El Cojo”.

Lisiado como estaba rodó por talleres y serrerías, hasta que le ofrecieron ser chalanero en la ría de Bilbao. Por un jornal de 5 céntimos cruzaba a sus pasajeros “de la grúa grande al Campo de Volantín”. A veces no tenía clientes y entonces se tiraba las horas muertas pescando angulas. En uno de esos días sin tajo descubrió una bicicleta vieja en el agua. “Fue como un regalo”, confesó después. “Era de hierro y le faltaban las cubiertas, pero, como no tenía dinero, le puse unas sogas y empecé a ir a trabajar en ella”.

Su afición por las dos ruedas creció y creció a la par que su fama. Al principio, participaba en pruebas locales, como una en la Plaza Elíptica, en la que suerte tuvo de no acabar en el cuartelillo. Vicente, al ver a los demás corredores con los brazos y piernas al aire, quiso imitarles y se puso en calzoncillos. “Ese extremo no lo comprendió la fuerza pública que me multó convenientemente”.

Sin embargo, solía ganar y pronto fue famoso en toda Vizcaya. Por este motivo la Federación Atlética provincial le inscribió en el Campeonato de España de 1908, que se celebró en Gijón. Pese a la dureza del recorrido –y al atracón de chuletas que se dio la noche anterior a la salida–, la victoria y las 500 pesetas del primer premio cayeron en su morral.

En 1909 corrió la Madrid-Toledo-Madrid, de 131 kilómetros y final en El Retiro. Llegó segundo, aunque dejó claro que era una fuerza de la naturaleza. Sobre todo por la bilbainada que hizo al llegar a la meta. Vicente, que iba sobrado, se apuntó en una regata de barcas que había en el estanque del parque. Obviamente, ganó. “Yo era botero ¿qué esperaban?”, digo al recoger el premio.

En 1910, con 26 años, Bixente decidió participar en el Tour de Francia. Esa prueba era su gran ilusión, así que empezó a buscar un patrocinador que le pagara el viaje y la comida. Nadie le dio un duro, pero él lo solucionó a la tremenda: irá de Bilbao a París en bicicleta para tomar la salida. Dicho y hecho.

El 3 de julio de 1910 Vicente Blanco, bilbaíno de Deusto, se convirtió en el primer español en correr el Tour de Francia. Al carecer de equipo lo hizo en la categoría "Isolés" (solitarios) y su dorsal fue el I55. Había llegado el día anterior, famélico y medio muerto, así que a nadie le extrañó que cruzara fuera de control la meta de la primera etapa, París-Roubaix, de 272 kilómetros. Vicente explicó su abandono diciendo “Estos franceses son bestias bien alimentadas”. Una de ellas, Octave Lapize, se llevó el triunfo final, pero nadie le recuerda.

A Vicente sí porque hizo historia. Una historia del Tour.

viernes, 11 de julio de 2008

Están muertos


Están muertos. Vienen porque están muertos y vienen también porque lo saben. Sus vidas no valen nada. No tienen pasado ni futuro. Son la escoria de la raza humana. Negros, miserables y africanos, condena bíblica hecha carne y ojos y piel pegada a unos huesos que ya no resisten más.

La marea negra no cesa. Asaltan los muros, invaden las islas, cruzan la mar para llegar al paraíso, que es nuestro y es de alambre y calicanto. Su vida refleja todo el dolor que puede soportar un hombre. Nacen para morir lejos y no les importa. Explotados, olvidados, muertos. Están ya muertos. Aunque lleven otra vida en sus vientres, aunque parezcan humanos y nos miren desde el borde de la amargura… o en el centro de ella. Son cadáveres.

Los veo extenuados, huidizos, famélicos. Alzan sus manos mientras esconden la cara y yo vuelvo la mía ante el televisor. Cruzan a pie miles de kilómetros para llegar a Senegal, a Mauritania o Marruecos. Jornadas malditas en las que comen raíces y beben en los charcos, pero cualquier cosa es mejor que la guerra. Son hijos de alguien, padres de alguien, hermanos de alguien. Tienen familia y tienen alma y, aunque les hayan intentado arrancar la fe a golpes, rezan. Rezan porque es lo único que les queda. Aunque no vuelvan a ver sus hijos, rezan. Aunque no hayan conocido a sus madres, aniquiladas por el SIDA o por un tiro a quemarropa de cualquier niño soldado, rampante caníbal a mayor gloria de su señor (de la guerra). Son negros, pobres y africanos. Son nada. Menos que nada.
No hace tanto éramos nosotros los despojados. La miseria negra, tan española, nos empujaba a partir. Argentina, Cuba, Venezuela. Eran tiempos de lluvia férrea o sol de plomo, de fatigas y pan negro, de horas y más horas y más horas en el mostrador de una bodega habanera o de un almacén de barrio porteño. Para la siguiente generación llegó el frío. Suiza, Alemania, Francia. Todas extrañas con sus lenguas ignotas y el orden pulcro y europeo de sus calles. Poco a poco, con mucho esfuerzo, nuestros emigrantes saciearon el hambre atrasada y enterraron el miedo al mañana y el dolor de no estar con los suyos.

Hoy todo lo hemos olvidado. Todo. Los días sin porvenir, las algarrobas, las casas baratas. Los jornales misérrimos y las jornadas eternas. Los barrios de aluvión. Los trenes. Sobre todo aquellos trenes que iban al norte atestados de emigrantes (boina, camisa blanca y bocadillos de tortilla en papel de estraza).

Ahora sé que su destino no era Zurich, ni Lille, ni Bruselas. Iban al futuro, a un mundo en el que había agua caliente y sueldos justos, en los que un franco eran 14 pesetas. Viajaban a la esperanza, al sueño de sentirse hombres de nuevo, al orgullo de mantener una familia y contar un techo sobre su cabeza, al tacto de sábanas limpias y al aroma del café sin achicoria. Así éramos no hace tanto. Pero queremos olvidarlo todo. Somos nuevos ricos y vivimos anestesiados con gestas efímeras e intrascendentes triunfos deportivos. Es la vida. Pan y circo.

Los tiempos cambian, pero las tragedias resisten, siempre multiplicadas. Ahora llegan en pateras, en cayucos, en los ejes de los camiones. África los expulsa como lo que son, las heces de un mundo terrible que no tiene piedad, que abrasa con balas de fuego, que mutila con machetes de hierro, que calcina y tortura y descoyunta a sus hijos.

Así llegan a nuestras costas. Hermanos míos porque tenemos el mismo Padre. Los veo llegar una vez más, hacinados, a la playa y entonces lloro como un hombre que llora, que se duele de su raza, loba de arrabal, y confirma con infinita pena que tenemos el alma blindada. Me siento entonces –soy entonces– un hijo de la ira que le ruega al Cielo para que cese esta marea de dolor.

Ya basta.

lunes, 7 de julio de 2008

Dias rojos de julio

Los toros se preparan para correr Estafeta arriba y Pamplona se viste de blanco y rojo para desparramarse en sus Sanfermines, fiestas legendarias al menos desde el siglo XVI, época de las primeras crónicas de los festejos a San Fermín, nacido noble y ciudadano romano, pero que murió mártir en el año 303.

Todo comienza con el chupinazo, mediodía del 6 de julio, Plaza Consistorial. Hasta ese instante la tradición prohíbe anudarse el pañuelico al cuello. Sería una ofensa, una imprudencia, un pecado imperdonable. Por eso hay que esperar que el balcón del Ayuntamiento se abra para que el concejal de turno grite “¡Viva San Fermín!, ¡Gora San Fermín!” y el cohete rasgue el cielo hasta estallar.

Entonces todo se precipita y Pamplona revienta en mil colores, que siempre son el mismo: el rojo. El rojo de la sangre, del vino, el rojo de las fajas de los mozos que vuelan por Mercaderes ante las bestias. De rojo se tiñe cada tarde el cielo antes de que los fuegos artificiales pinten de rojo la Vuelta del Castillo. Roja es la capa nueva de San Fermín. Roja es la fiesta y sus días de julio.

Los verdaderos Sanfermines son el Riau-riau con el cabildo de gala para honrar al santo en las Vísperas de San Lorenzo con “La Pamplonesa” atacando el vals de Astráin. La fiesta genuina es la que abre la procesión con los maceros y libreas a la cabeza mientras la música de las charangas flota en el aire –mitad jotica, mitad irrintzi–. Los auténticos Sanfermines son los que anuncia la campana María desde la catedral con el resto de sus hermanas de la vieja Iruña a coro.

Esos son los Sanfermines legítimos. Los que deslumbraron a Hemingway, los que son únicos. Los Sanfermines de siempre sobreviven en los auroros de Santa María –castas e irreductibles– y se consagran cada 7 de julio en la Procesión del Santo por Navarrería. La fiesta de ley está en la Peña Mutilzarra (seas o no mozo viejo solterón) y también en la corrida de toros a las seis y media (en sombra si eres un fino y en sol si eres un loco). Los históricos Sanfermines hablan japonés y están borrachos en inglés, pero renacen en español cada mañana a dos minutos de las ocho en la hornacina engalanada de la Cuesta de San Domingo, dispuesto el santo a desplegar su capotico en el encierro al oír el primer canto devoto. Por ser nuestro patrón.

Estas fiestas son los gigantes y los kilikis, Gorgorito y maese Villarejo, el baile de la alpargata en el Nuevo Casino, los churros de La Mañueta y las tertulias del Maisonnave, el apartado a la 1, la salida de las peñas, el desfile de mulillas, el encierrillo del crepúsculo y el Struendo de Iruña (peña sin subvención).

¡Ah! El Struendo, ¡qué momentico! Concentración inesperada y nocturna de bombos y txistus en los alrededores de Casa Marceliano, alboroto que durante horas aturde a propios y extraños en un bombardeo incesante, desmedido y fenomenal hasta terminar en el pocico de San Cernin, que fue donde bautizaron al santo. Tras el escándalo, la marcha entona el Agur Jaunak y hasta mañana, que ya es hoy.

Los toros ya corren Estafeta arriba y en Pamplona se ha parado el tiempo. Al menos hasta que oigamos el Pobre de mí. Será la señal clara de que ya falta menos para el próximo San Fermín. Amén.

domingo, 6 de julio de 2008

Homenaje al tenis

La final del Open británico de tenis ha sido un regalo para todos los deportistas del mundo. En un partido épico, jugado por gigantes, el único vencedor ha sido el viejo espíritu del fair play, de la competeción en estado puro, del tenis de antaño, que precisamente nació en estas pistas hace casi 150 años.

Rafael Nadal y Roger Federer han interpretado una sinfonía sobre la hierba del All England Tennis Club. Un dúo a capella que no merecía tener un vencedor y un derrotado porque en ellos se encarnó todo lo bueno, lo grande, lo sublime del verdadero deporte: el esfuerzo sin límite, la disciplina, la constancia, la caballerosidad. A real five-set thriller.

Con su ya legendario palmarés de finales eternas -que son siempre la misma, jueguen en la arcilla de París o en la hierba de Londres-, Nadal y Federer han demostrado que se puede ser a la vez un gran campeón y una gran persona. Sin alardes, sin ofensas, con austeridad y sencillez, con respeto al contrario, que al final siempre es respeto por uno mismo.

Millones de personas se lo agradecemos desde lo más profundo porque su ejemplo es agua de mayo para generaciones de deportistas, de niños que entrenan y se superan en viejas canchas de todo el mundo, soñando con llegar -algún día- a ser como ellos.


"Es imposible describir lo que siento" dijo Nadal al concluir entre lágrimas. Lo inefable, la gloria de Wimbledon le puso en problemas, aunque aún así guardó fuerzas para elogiar a Roger Federer."Estoy delante del mejor jugador de la Historia. Para mí, es el mejor, el número uno. Su actitud es ejemplar, tanto cuando gana como cuando pierde".

Apenas habían pasado unos instantes desde el afectuoso saludo entre las dos mejores raquetas mundiales. Federer -quíntuple ganador de Winbledon- quiso consolar a un desencajado Nadal, conmocionado por el éxito y cegado por los flashes de los fotógrafos. Casi en la oscuridad, externa e interna, Federer dijo que era la derrota más dura de su carrera. "No siento nada. Estoy decepcionado, roto".

A pesar de su hundimiento, ensalzó a Nadal. "Rafa es un merecido campeón. Es el peor rival en la mejor pista". Y a pesar del trago, se despidió con ironía. "Estoy cansado. Se ha hecho un poco tarde".

Jamás será tarde para reconocer vuestra hombría. Gracias. Gracias por vuestro homenaje al tenis.

viernes, 4 de julio de 2008

Carta de un socialista a su hijo

El PSOE (Partido Socialista Obrero Español) celebra este fin de semana su congreso nacional . En él se presentarán las propuestas socialistas para la nueva legislatura. Entre otras, la denominada "extensión de derechos cíviles" (sobre todo, reabrir el debate sobre la eutanasia, iniciativa que no aparece en su programa electoral de hace 3 meses) y la defensa del laicismo.

Es cierto que el PSOE prefiere llamarlo "laicidad". Piensan -lo explicaba hoy su Secretario General parlamentario, Ramón Jauregi, en Onda Cero- que así los españoles serán más libres y ya que no estarán reprimidos por sus creencias religiosas. Por tanto, si España es laica, será moderna y feliz. De modo que propondrán la retirada de los símbolos cristianos y, si se tercia, amenazarán con revisar los acuerdos Iglesia-Estado de 1979.

Nada de esto es nuevo. Más bien es viejo. Por lo menos viene del siglo XIX y me recuerda a Jean Jaurès, profesor en la Universidad de Toulouse y líder indiscutible del Socialismo francés a principios del siglo XX.

Jaurès publicó en L'Humanité una carta dirigida a su hijo ante los ruegos de éste para no estudiar religión católica, ya que el muchacho decía ser "francés y laico hasta la médula". Las palabras de su histórico padre no tienen desperdicio y las reproduzco:

«Querido hijo, me pides un justificante que te exima de cursar la religión, un poco por actuar de distinta manera que la mayor parte de tus condiscípulos, y temo que también un poco para parecer digno hijo de tu padre, hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.

No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas. Y no lo serían sin un estudio serio de la religión.

Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído a otros compañeros socialistas declaraciones sobre esta cuestión; son hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. ¿Cómo seria completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?

Dejemos a un lado la política y las discusiones, y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire, y tantos otros que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal según el pensamiento de Rousseau?.

Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.

¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización. Despreciar una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad.

Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple "savoir vivre", hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.

Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan los hechos y el sentido común. Muchos anticatólicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad

Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación».

Poco más hay que añadir. Salvo una cosa: esto sí es verdadera Educación para la ciudadanía.

jueves, 3 de julio de 2008

La fe de Ingrid


Ingrid Betancourt ya es libre. La operación militar de rescate -calificada por ella misma como "impecable"- es propia del Mosad, pero ha sido realizada por el Ejército colombiano. Su liberación es un golpe durísimo para las FARC, grupo terrorista que asola Colombia desde hace cuatro décadas.

En la rueda de prensa que Betancourt acaba de ofrecer su emoción es desgarradora. La sigo a medias entre el Canal 24 Horas de TVE y CNN +, mientras el resto de cadenas de televisión continúan con su programación hueca y descerebrada.

En su comparecencia, Ingrid Betancourt mantiene la entereza y responde con pausa a los periódicos y televisiones de medio mundo. Hasta tres veces repite la palabra "milagro" y asegura que siempre creyó en su liberación, a la vez que se extiende en dar las gracias al Ejército colombiano y a los medios de comunicación, que han mantenido su historia en las portadas.

También agradece a Dios su rescate y confiesa que su fe y sus hijos son los que la han mantenido con vida. Y añade "Todos los días le pedía a la Virgen María por nuestra liberación. Todos los días, a las cinco de la mañana, mientras rezaba el Rosario". Dicho esto, se lo muestra a su madre -que está junto a ella- anudado en la muñeca izquierda. A continuación, relata cómo sintió compasión de sus secuestradores al verles, ya en el helicóptero, tumbados y maniatados por los mismos militares que la liberaron. No les deseaba el mal, ni la muerte y expresamente solicitó al Ejército que respetase sus vidas.

En ese momento, CNN+ corta el directo mientras Ingrid (en un gesto que Leticia Iglesias -la presentadora de ese informativo- no explica) se arrodilla. Adiós a la conexión. Acto seguido cambio al Canal 24 horas de TVE a vér qué coño está pasando. Entonces contemplo cómo Ingrid Betancourt reza un padrenuestro y un avemaría como acción de gracias. A su derecha sigue su madre, Yolanda, y a su izquierda un militar colombiano que lleva colgado un rosario sobre el uniforme de camuflaje. TVE no nos hurta las imágenes ni nos dice qué debemos pensar: simplemente deja que la protagonista hable y que el espectador juzgue. Este momento es periodismo en estado puro, periodismo del viejo, que es el verdadero.

Las preguntas suceden. Llegan desde El Comercio de Lima, Radio Caracol, Fox News... y Betancourt desgrana con pausa y un español maravilloso cómo ha ocurrido todo: la infiltración de la inteligencia militar, los helicópteros, la libertad. Entro a toda prisa en los digitales de los diarios españoles El Mundo y El País y ninguno de ellos recoge esa parte de la rueda prensa en la que Ingrid pide clemencia para sus captores movida por sus creencias religiosas. Para ellos no es relevante. La Agenda Setting, como siempre me recuerda Jose Luis de Cea, es implacable. Entre tanto, la BBC sí cita la alusión a Dios, siquiera brevemente. El Miami Herald y su versión en español, Nuevo Herald, (el diario en castellano más leído en los EE.UU.) reproducen el pasaje con más detalle.

Hoy los medios profundizan en el operativo militar, la situación crítica (o no) de las FARC, de Ingrid y de Colombia. También su comparación con España y la manera de actuar de nuestro gobierno (ahí el Blog de Santiago González es, una vez más, antológico) y las interpretaciones serán legión, con lo que todos podremos hacernos un opinión. Sin embargo, ¿será una opinión auténtica si una parte capital de la historia no la cuenta nadie?

martes, 1 de julio de 2008

Playas para todos

Las playas de mi infancia son dos. San Lorenzo en Gijón y La Ñora en Villaviciosa, a la que bajábamos por la senda del arroyo hasta el Molino. A veces también íbamos a Estaño, pero el acceso era tan malo y la playa tan pequeña que pronto se convirtió en una solución de emergencia.

En aquellos años, años 70, el tiempo en Asturias era como el de hoy: fresco –por decirlo con elegancia-, húmedo y variable. Esto no suponía ningún problema porque los cantábricos nunca hemos necesitado del sol para tomar el sol. Bastaba una simple brisa del nordeste y el peregrinaje con toda la familia hasta el arenal más cercano era obligado.

Bien es verdad que si salía Lorenzo, aunque fuera tímidamente, el tostaderu gijonés se ponía de parroquianos hasta la bola. Poco importaba que la desembocadura del río Piles estuviera llena de mugre y muiles, ya que en ese rincón pegaba el sol que daba gusto. Así que hasta allí nos íbamos con las hamacas, la abuela y esa enemiga natural de cualquier niño que era la Nivea.

Entonces no había en las playas mayores problemas “ambientales” y los nativos podían remojarse en paz en las frías aguas astures. Las familias campaban a sus anchas con su sombrilla, el periódico del día y los bocatas de chorizo. Los nudistas de la época –que haberlos, habíalos– se iban a Peñarrubia y aquí paz y después gloria. Cada uno tenía su sitio y todos contentos. Era una vida sin complicaciones.

Las novedades comenzaron con la moda del topless, que la autoridad competente permitió con alegría. “Los tiempos están cambiando”, nos dijeron. Entonces las playas de siempre sufrieron una mutación increíble, invadidas por señoras acaloradas que se tomaron la autorización a pecho.
Recuerdo que entonces nos pareció una costumbre moderna (siempre y cuando se quedara en el ámbito femenino). El problema era que nuestras compañeras de colegio y tardes de verano no se ponían en topless ni a la de tres. Y mira que nosotros les animábamos a ser más europeas, pero ellas nada. Ellas a lo suyo, gijonudas de tomo y lomo, con el traje de baño Speedo y, todo lo más, un bikini al mes.

Ahora, sin embargo, soy padre de familia y sufro el espectáculo playero. Así que me vuelvo medio loco para encontrar un arenal al que llevar a la gente menuda. El trabajo es hercúleo, pero este verano he descubierto un aliado. Se llama Hondargiro y es una iniciativa promovida por familias vascas a las que les gusta la mar y las playas, una idea que algunos ayuntamientos ya han tenido en cuenta. Por ejemplo, el de San Sebastián, que ha autorizado varias de esas peticiones en la playa de La Zurriola.

Hondargiro no va contra nadie ni ha pedido prohibiciones. Simplemente busca que en algunas playas haya lugares especiales para las familias. Solicitan, por ejemplo, zonas de baño acotadas con boyas, casetas para cambiar pañales o caminos pensados para carritos y sillas de ruedas. Entre sus demandas también están los monitores de tiempo libre y algunas facilidades de aparcamiento. Para mantener la higiene proponen también que en esas zonas no puedan hacerse botellones –con lo que se reducirá la inevitable suciedad estival– y que el topless y los desnudos se orienten a las playas convencionales o naturistas. Todo sea por la convivencia.

Su ilusión es, como la mía, que las playas vuelvan a ser lo que siempre han sido. Lugares para todos.