martes, 24 de febrero de 2009

Quilo

Quilo tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Así que su muerte el sábado pasado debido a un infarto es una ironía cruel.

En 1977 Aquilino Suárez Montes tenía 19 años. Yo solamente 6. Y por extraño que parezca, recuerdo la primera vez que le vi, colocando las redes de la portería de fútbol que está frente al pabellón de los pequeños de los Jesuitas de Gijón. Probablemente la orden procediera del inefable Isidro o quizá del Hno. Nistal, más conocido por El cebollu.

Lo recuerdo bien porque unos críos algo mayores (quizá de 3º ó 4º) le mortificaban al grito de "¡Quilo tiene novia!" Él, impasible, no les hacía caso, así que los gritones fueron cogiendo confianza y... y Quilo le echó el guante a uno. El niño empezó a chillar como un conejo, pero Quilo dijo, en una mezcla de español y asturiano tan típica de él: "Ahora vas ponete ahí y ayúdesme con les redes".

En esa época Quilo me parecía un tipo enorme y fuerte, que daba algo de miedo si te miraba de frente, pero que siempre, siempre, te ayudaba si podía. Como la vez en que se encontró a Carlos Vázquez esperando a su madre, que por alguna razón no había ido a buscarle a la salida de clase. Quilo le vio y preguntó: "¿Onde vives, guaje?". "En el parque de Begoña". "Pues vamos a llamar a tu casa y llévote yo".

Años después tuve la suerte -como tantos otros que andábamos por ese colegio- de tratarle. Era utillero de los equipos de baloncesto y fútbol. Y cada tarde aparecía con los balones en el entrenamiento, o recogía las camisetas, o fregaba los vestuarios. Quilo siempre estaba allí.

Más tarde su fidelidad y buen carácter le llevaron al Gijón Baloncesto, donde era el "chico para todo del equipo". Recuerdo con nostalgia aquellos partidos en el pabellón municipal de La Arena, con Oleart, Escandón y Larry Moffet haciéndonos soñar que era posible triunfar en el mundo de la canasta. Cuando ellos jugaban -a las órdenes de Ricardo Hevia o Trifón Poch- era Quilo el que, a la carrera, salía a limpiar la pista o repartía las toallas. Su entrada era celebrada con una ovación tremenda de la grada. Él, pletórico, saludaba con la mano y, al acabar, juraba que le había dado consejos al entrenador de cómo atacar, por ejemplo, una zona 1-3-1. "Yo aprendilo del Cura, que ye el mejor".

El cura era Pachi Cuesta SJ, verdaderamente el cura por excelencia, que a principios de los años 90 comenzó a organizar en Santibáñez de Porma (León) unos campamentos de verano apara los alumnos de La Inmaculada. Ahí Quilo andaba en su salsa, sobre todo cuando había que llamar a alguien por la megafonía. En ese instante Quilo se transformaba en el mejor surrealista español de todos los tiempos. Por ejemplo, cuando estuvo llamando durante 15' a un desconocido "Daví Devare, Daví Devare" y que resultó ser David Valdés.

Quilo era feliz. Hoy quizá no sea suficiente y por eso algún ministro -el de Sanidad, por ejemplo- defienda que lo mejor hubiese sido que Quilo no llegara a nacer. Abortarlo. Al fin y al cabo, tenía un evidente síndrome de Down y nadie le echaría en falta.

Ayer escribía Ignacio Friera, alias Presi, unas palabras sentidas sobre Quilo en El Comercio de Gijón. Con ellas termino porque reflejan a la perfección cómo era.

Me he levantado con la noticia de la muerte de Aquilino Suárez Montes, para los que le conocíamos, Quilo. Te teníamos un gran cariño.

Ese cariño te lo has ganado en el Colegio de la Inmaculada, en los Campamentos de Santibáñez de Porma. Gracias porque nos informabas de cómo se portaban nuestros hijos. Gracias porque les has querido de verdad. Cuando nos decías que habían hecho alguna perrería y les regañábamos, tú siempre te volvías atrás en la denuncia y nos decías que era una broma.

Mi hijo está estudiando lejos y ya le he comunicado tu partida. Se ha puesto muy triste. Les adelantabas las alineaciones, aunque después la realidad fuera otra. ¡Disfrutaban de unos minutos de esperanza! Les ponías al día de los planes del campamento, aunque después viniera el jefe y dijera lo contrario. Tus informaciones muchas veces no coincidían con la realidad, pero dabas 'salsa' al asunto. Te preocupabas de los que estaban lejos. Siempre había un recuerdo para ellos. Eras un gran tipo.

Me encantaba invitarte y charlar unos minutos contigo. Últimamente, era la única referencia del colegio donde había estudiado mi hijo. ¿Qué tal por el colegio?... ¡Puf!... La definición era perfecta.

Quilo, hemos estado en tu despedida y queremos agradecerte sinceramente la gran persona que has sido y por haber sido el amigo de nuestros hijos. Sigue, desde donde te encuentres, siendo Quilo. En algunos momentos he llegado a pensar que tu cordura nos daba lecciones a todos. Con esa imagen quiero quedarme.

Hasta siempre, amigo.

1 comentario:

mary dijo...

quilo era como un niño + dl campa
era el k nos ayudaba siempre!!! UN GRAN AMIGO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!