jueves, 12 de febrero de 2009

Historia de un secuestro

Un miércoles de agosto de hace una eternidad, Bosco Gutiérrez, arquitecto mexicano, cambió de vida. Para siempre. Él no quería esa mudanza –inesperada y forzosa–. Él era feliz con su vida. Otros, sin embargo, no pensaban lo mismo.

El 29 de agosto de 1990, Bosco salía de misa, una costumbre heredada y elegida a partes iguales. Con paso ligero llegó a su coche y de repente… De repente, comenzó todo. Unos brazos le agarraron con fuerza y un dolor inesperado estalló en su cara. La boca empezó a sangrar y le arrojaron al suelo del coche. Lo habían secuestrado.

Horas más tarde despertó desnudo en un zulo de 1 metro de ancho por 3 de largo, sin luz ni ventilación. Había empezado el calvario. Él, que es un hombre animoso, pensó que su familia pagaría el rescate y todo se arreglaría con rapidez.

Pronto los secuestradores le sacaron de su error. Ellos no tenían prisa y sí todo el tiempo del mundo. Pasados los primeros días de cautiverio le obligaron a escribir las costumbres de su esposa e hijos. Tras la confesión, arrancada con argucias y medias promesas, Bosco se hundió. Había puesto a su familia en el punto de mira. Entonces quiso morirse.

Llegó el 15 de septiembre –la fiesta nacional mexicana– y sus captores le ofrecieron algo de beber. “Un whisky. Con un hielo grande”, pidió. Dicho y hecho. Cuando lo tuvo en sus manos empezó a acariciarlo como Gollum a su anillo. Entonces oyó una voz retadora: “Bosco, ofréceme el whisky”. “¿Qué es esto?”, pensó. “¿Ya enloquecí?”. Él intentó negociar con su mente “¿No es bastante el secuestro?”, preguntó. “¿Por qué Dios me pide esto?”.

Y en un gesto inefable Bosco Gutiérrez Cortina, torturado, secuestrado, desnudo y sin esperanza, tiró el whisky por el sumidero sin probarlo. Entonces se durmió. Al despertar sintió cierta satisfacción. “No soy un cobarde del todo. Soy libre. Algo valgo”. El beneficio espiritual del sacrificio había sido mayor que el humano de haber bebido.

A partir de entonces se volcó en salir adelante. Sabía que mucha gente rezaba por él, así que se decidió a ayudarles. “Este no es un problema personal, sino familiar. Mi obligación es estar perfecto, de cuerpo y de mente”. Poco a poco recuperó sus prácticas de piedad cotidianas ( el rosario, la oración, leer una biblia prestada) y comenzó a hacer deporte durante noventa minutos diarios. ¿Cómo se hace deporte en un zulo de 1x3? Él dice que con imaginación, con fortaleza mental y aprovechando el tiempo. Yo le creo.

Bosco era ya un celoso guardián de sí mismo, capaz de encontrar un sentido a su cautiverio. En el exterior, su familia se desvivía por pagar el rescate, posibilidad que se frustró dos veces. Entre tanto, en su casa se celebraba una eucaristía diaria por su liberación.

Finalmente, Bosco Gutiérrez se escapó. Por increíble que parezca, Bosco pudo huir. Era el 12 de mayo, aniversario de boda de sus padres, 257 días de horror más tarde. Jamás vio la cara de sus secuestradores. Jamás oyó su voz. Nunca les cogieron, pero de esa tortura nació un hombre nuevo, que ve la vida con otros ojos y se lo cuenta al que quiera escucharle.

Hace unos días tuve la suerte de verle en persona. Es simpático, inquieto, locuaz. Su optimismo se contagia y su buen humor se puede tocar.

Él ha estado en el purgatorio y ha vuelto para contar que, incluso allí, fue libre. Gracias a Dios.


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