viernes, 23 de noviembre de 2007

Guerrilleros de salón

Tanja Nijmeijer nació en 1978 en Gröningen, una ciudad holandesa que en otoño huele a azúcar. Además de su idioma materno, Tanja habla a la perfección alemán, inglés y español, que es su lengua preferida. Por eso estudió Filología Hispánica y, al graduarse, entró en una ONG de su país como cooperante. Tanja quería un mundo mejor, más humano, más justo. E iba a luchar por ello.

Justo antes de terminar la universidad, un profesor le había dicho que si a los 20 años no quieres cambiar el mundo es que no tienes corazón, pero que si a los 40 sigues en lo mismo es que no tienes cerebro. Por edad y convencimiento, ella estaba en el primer grupo, el de los idealistas, así que a nadie le extrañó que en 2000 se fuera a Colombia con una misión internacional de alfabetización.

La realidad era otra, ya que todo el proyecto dependía del PC3 (Partido Comunista Colombiano Clandestino), una organización que recluta extranjeros para las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), guerrilla que sobrevive gracias a Venezuela, Cuba y el narcotráfico. A Tanja no le importó. Ella era una marxista comprometida, así que se presentó a las FARC como voluntaria. Su trabajo de traductora sería la tapadera perfecta.

Al llegar a Bogotá el contacto con la miseria y la violencia la volvió violenta y miserable. El resto lo hicieron Mao y Che Guevara, a los que leía con pasión de converso. “El verdadero revolucionario tiene que ser una fría y calculadora máquina de matar”. Esa era la mejor forma de ayudar a los campesinos a salir de la pobreza. La única. De modo que Tanja se dispuso a morir (y matar) por la revolución.

El pasado mes de julio, Tanja huyó de su campamento durante un asedio del Ejército. En la fuga dejó olvidado su diario, que fue a parar a manos de un periodista. Habían pasado cinco años desde su ingreso en las FARC y su relato –publicado en un periódico colombiano– es furioso. "¿Qué organización es ésta en la que unos tienen plata y privilegios y otros tienen que mendigar el rancho, donde los soldados mueren y los comandantes parlotean? ¿Así actúa el “Ejército del Pueblo”? ¿Reclutando niños a la fuerza? ¿Arrasando poblados con gases?”.

La realidad le había obligado –salvajemente–, a poner los pies en la tierra. “Las mujeres de los comandantes viven como burguesas, con implantes de silicona y vacaciones en Cuba. Ellas son una clase aparte, tienen privilegios, dan órdenes. Sólo están obligadas a tener hijos".

Sus palabras rebosan un desconsuelo feroz. Se sentía engañada, manipulada con discursos sobre la igualdad y la justicia. “Estoy cansada de las FARC. Vale la pena luchar cuando se conoce el motivo de la lucha, pero ya no creo en esto. Ya no quiero más bla-bla-blá sobre ser comunista y obediente y luego ver cuan hipócritas y traicioneros son los comandantes. Esta guerra es un sinsentido. No hay ni rastro de valores políticos. Son guerrilleros de salón. Matar o vivir no significa nada. La nostalgia me carcome. Aquí estoy muerta.

Tanja Nijmeijer, la rubia y esbelta Tanja, la de ojos azules y dentadura perfecta, la soñadora Tanja, deambula en estos momentos sin rumbo fijo por la selva. Todos la buscan. El Ejército colombiano para detenerla y juzgarla, la diplomacia holandesa para sacarla del país y las FARC… las FARC para matarla.

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