viernes, 23 de noviembre de 2007

El ultimo brasileño virgen


Los milagros existen –nunca lo he dudado–, pero si además viene la realidad y te lo confirma, entonces es el acabóse. Eso fue lo que ocurrió cuando leí las sorprendentes declaraciones de un brasileño de 23 años confesando que había llegado virgen al matrimonio.

Vaya por delante que me aterra encontrar juntas en una revista las palabras “virginidad” y “matrimonio”. No digo nada si las oigo en televisión porque lo normal es que sean pronunciadas por alguna ursulina o, Dios no lo quiera, el portavoz de la Conferencia Episcopal. Eso en el mejor de los casos, ya que en el peor las repite algún reportero sin cerebro mientras se ríe de un incauto al que acusa de inocente y/o cavernícola por opinar esas cosas.

Sigo con la historia. El tipo que se lanzaba al ruedo hablando de su virginidad prematrimonial no estaba recluido en un manicomio. Tampoco era un ultraortodoxo judío. Ni siquiera un eunuco tunecino –su oficio le habría facilitado mucho las cosas–. Al contrario. Era un muchacho de aspecto prudente y, si la normalidad existe, yo diría que normal.

El chico, llamado Ricardo, seguía a tumba abierta con sus confesiones: “Nosotros elegimos llegar castos al matrimonio. Nuestra fe cristiana enseña que el amor humano se rubrica con el sacramento y para nosotros la primera noche fue bellísima”. Ojos como platos. Mientras tanto, la confusa periodista, llena de curiosidad, preguntaba si no le había costado aguantar el instinto todos esos años. El instinto. Como si el mozo fuera un semental de los Miura.

Ajeno a la provocación, el kamikaze continuaba con sus machadas. “Claro que me costó. Soy un joven corriente y no fue fácil llegar al matrimonio sin haber estado nunca con una mujer. El deseo existe, pero siempre supimos retenernos. La oración fue nuestro refugio”. ¿La oración? ¡Que lo detengan ahora mismo!

Ricardo seguía con su historia, digna de Edmundo de Amicis. “Entonces me fui a Milán, aunque volvía mucho a Brasil para mantener viva la relación. Ella no pudo venir conmigo porque era muy joven, pero ese período puso a prueba nuestro amor”. El fenómeno hablaba con naturalidad, sin arrogancia, con la sencillez del que cree en lo que hace y está firme en lo que cree.

El tal Ricardo es más conocido por su nombre futbolístico, Kaká, y es el mejor jugador del mundo. Su equipo, el AC Milán, no lo suelta y su esposa menos aún. Así que uno concluye que Kaká es famoso, austero y feliz. Sin embargo, su milagro no fue llegar virgen al matrimonio. El milagro es ser joven y millonario y tener la audacia de decir que cree en Dios.

La traca final de la entrevista es un manual para recién casados y también para casados viejos. “Yo trato siempre de evitar las tentaciones, que existen. Existen siempre y en el fútbol más aún. Por eso, desde que vivimos en Milán no voy nunca a discotecas. Sólo salgo a las fiestas del club y, si es posible, con mi mujer. Nosotros hemos pactado que podemos salir solos con los amigos, pero a medianoche se vuelve a casa. A veces es un sacrificio, pero vale la pena”.

Vale la pena. Lo dice Kaká, el último brasileño virgen. ¿O no es el último? Si yo fuera el presidente del Madrid pagaba los 80 millones de euros que parece que cuesta y me lo traía al Bernabeu de por vida. Jogo bonito y sentido común no es algo que abunde. Si no, que se lo pregunten a Ronaldo, que también es brasileño.

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