domingo, 25 de mayo de 2008

Un látigo y un sombrero

Tenía diez años. Para entonces mi padre ya me había inoculado el mal del cine, una de sus pasiones dominantes. Él nos llevaba de la mano a un mundo maravilloso en el que todo era posible, desde viajar al centro de la Tierra a volar en bicicleta con ET. También, claro, buscar el Arca Perdida, aventura con letras mayúsculas.

Ahora se estrena la cuarta aventura de Indiana Jones, que aún no he visto, pero que me transporta veinticinco años atrás, justo cuando fui al estreno de la primera película del arqueólogo más famoso del celuloide. Recuerdo bien aquella tarde lluviosa en que fui a verla al Cine Robledo, en Asturias patria querida, hoy convertido en un MacDonald’s a mayor gloria del imperio. Al revés que para la mayoría de los niños, yo no veía una desgracia en la lluvia, ya que en nuestra casa “lluvia y cine” eran un matrimonio a prueba de bombas, un principio inmutable, el undécimo mandamiento estival. Si llovía, había cine, costumbre que ahora he dejado en herencia a los míos. ¡Qué menos!

Visto con ojos adultos Indiana Jones es una mezcla de inseguro catedrático de Arqueología y funcionario despistado a la caza de antigüedades. Todo lo más un tímido profesor universitario con vocación frustrada de ladrón de tumbas, pero… ¡a quién le importaba!

Para mi generación Indiana era el justiciero por excelencia. Un tipo duro, insobornable y simpático, un alumno aventajado de Humphrey Bogart aunque tuviese miedo a las serpientes. Indiana era un aventurero un poco cínico capaz de hacer justicia a latigazos, un antihéroe sin dudas existenciales. Alejado, para siempre, del glamour de Bond, James Bond, que era el piernas preferido de las nenas. Para nosotros no. Para nosotros no había duda posible entre el smoking recién planchado del agente de Su Majestad y la camisa de Indy, siempre más sucia que la funda de un jamón.

Gracias a él descubrí que aún existían por ahí tesoros perdidos y que los duelos había que terminarlos por la vía rápida –como hizo con el musulmán del alfanje, al que despachó de un tiro práctico y certero–. También aprendí que era imposible tener doble personalidad y salir airoso del trance. En su mundo los buenos eran muy buenos y los malos muy malos, por eso no había lugar para la vacilación ni las medias tintas.

A su lado viajé por Persia y Siam, que son reinos más seductores que Iraq o Thailandia, y supe también que los Diez Mandamientos que Dios le dio a Moisés habían sido depositados en un arca, el de la Alianza, poderosa como la caja de Pandora. Otra cosa es que ese arma terrible acabara almacenada en un depósito del gobierno de los EE.UU. sin que nadie lo supiera.

Hace unos días volví a ver la película con mis hijos y comprobé, con inocencia, que los gritos y saltos y puñetazos que daban mis locos bajitos eran los mismos que yo di hace un cuarto de siglo. También descubrí sorprendido que la búsqueda del Arca Perdida es, en el fondo, la búsqueda de lo que hay de eterno en nuestra vida. Nada de posmodernismo o pensamiento débil. La verdad resplandece y estamos obligados a encontrarla porque lo sobrenatural –como en las aventuras de Indiana Jones– es una constante que nos acompaña siempre.

A mi edad estoy dispuesto a aceptar algunas cosas sólo porque creo en ellas. No necesito seguridades, ni dividendos y mucho menos una recompensa. Me basta con creer. Usted haga lo que quiera, pero no olvide abrir los ojos.

1 comentario:

BILEHC dijo...

Un gran placer leerlo Don Ignacio...

Nuestra cochera es subterránea , y mi compañera (que es la que conduce) me deja las tareas propias de un patán para mi: abrir la puerta del garaje, levantarla, bajarla y accionar el mando para abrir la puerta que da a la calle... aunque es un coñazo, no me importa, porque AL FINAL PUEDO SALIR CORRIENDO, CON EL TIEMPO JUSTO SIEMPRE, TARARENADO EL TEMA DE LAS PELIS DE INDIANA JONES Y SALIENDO JUSTO CUANDO SE CIERRA LA PUERTA...jejejejeje...se que estoy enfermo, pero lo hago todos los días...espero un poquito y cuando creo que se va a cerrar salgo corriendo...y me monto todos los días con una sonrisa en el coche y eso que voy al trabajo, pero me da igual. Soy Indiana Jones.

Un abrazo desde Etiopía-El Bierzo.