viernes, 22 de julio de 2011

Pedro Meurice, el león de Oriente

 Publicado en el diario ABC el lunes 25 de julio, Santiago Apóstol

Después de cincuenta años al servicio de los cubanos –de todos, los de dentro y los de fuera–, Pedro Meurice ha dicho adiós. Hasta ayer era arzobispo emérito de Santiago de Cuba, algo que llevaba con paciencia bíblica. Hoy –estoy seguro- sonríe ante Dios con esa timidez tan suya, liberado ya de una misión propia del santo Job: ser cristiano en tiempos de Fidel Castro.
A Meurice, guajiro de pies a cabeza, nunca le interesaron las dignidades o las reverencias. Ni cuando le dieron en Georgetown University el Honoris Causa ni con los rumores que le hacían arzobispo de La Habana y cardenal. Algunos dijeron entonces que no tenía las virtudes de un príncipe de la Iglesia. Tampoco los defectos, añado yo.
Sin embargo, la vida tenía otros planes para un hombre al que la dictadura no pudo doblegar. Quizá su tenacidad mambisa convenció al Espíritu Santo de que sólo él podía estar a la altura de su pueblo. Igual que antes lo estuvieron algunos antecesores, desde Claret a Pérez Serantes, pastor incomprendido. Seguro que algo de eso influyó en Pablo VI cuando eligió a un Meurice de 36 años para encabezar una Iglesia perseguida, pero fiel. A veces, no pocas veces, a pesar de ella misma.
Pedro Meurice, Perucho, nació en San Luís, un pueblecito cercano al santuario de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba a pesar del Partido. En el seminario de El Cobre pasó el final de su infancia y adolescencia. “Allí fui feliz”, confesaba con un susurro. Eran tiempos de esplendor, de bonanza económica, de colegios a rebosar y vocaciones en alza. Un paraíso a la cubana.
Con la mayoría de edad, le mandaron a Europa para estudiar más. Tenía una memoria de elefante. Lo demostró en España, años 50, donde recaló por un tiempo. De sus días en la Madre Patria recuerda con gozo el frío, el vino de Rioja y  los deseos de volver a su isla cuanto antes. Sin embargo, la vida le llevó por otros caminos, caminos que siempre terminan en Roma. La Gregoriana le doctoró con méritos y allí sonó la hora del retorno. En 1958, vísperas revolucionarias, volvió a su tierra, donde transcurrió el tiempo con lentitud caribe. A su paso descubrió que nadie le había preparado para el mundo que le había tocado vivir. Un mundo hostil y ajeno. Una Cuba diferente aunque se llamara igual. Un país del que quisieron arrancar a Dios para plantar a Marx, decapitar a la Iglesia para imponer al Partido, cambiar a Martí por Fidel. No pudieron.
Todo eso se lo explicó Meurice a Juan Pablo II en una homilía histórica. Santiago de Cuba. 24 de enero de 1998. Fue ante medio millón de cubanos y con Raúl Castro presente (y nervioso) mientras el pueblo exigía libertad a gritos. Aún recuerdo al viejo comunista revolverse en la silla cuando el arzobispo contaba con pausa las verdades del barquero: “Los más pobres entre nosotros son aquellos que no disfrutan del don preciado de la libertad”. Después le persiguieron por tener la lengua larga, le apretaron, le aislaron. No pudieron quebrarle.
Más tarde, en otro desafío, se convirtió en el único obispo cubano en acudir a la canonización de Josemaría Escrivá el 6 de octubre de 2002. Fue en Roma y, al terminar la ceremonia, afirmó: "Estar aquí es una caricia de Dios. Ver esta multitud, esta parte del pueblo de Dios dispuesto a vivir de acuerdo a sus mandatos es un milagro. Un regalo".
Pedro Meurice –pastor bueno– ha muerto y, aunque la noche sea larga, él está en paz. Una paz interior que me recuerda el refrán montuno que una vez me dijo: “Nunca está más oscuro que cuando va a amanecer”. Meurice se ha ido y ha elegido Miami para hacerlo. Bonita paradoja. Para él eran cubanos los de aquí y los allá. Todos cubanos. Todos hermanos.
Mi corazón oriental y asturiano no quiere creer que se ha ido. Todavía no. Él está ya para siempre en Cuba, que para él era otra manera de llamar al Cielo. Con todos los cubanos que se fueron y que hoy estarán de fiesta porque uno de los suyos, uno de los mejores, ha entrado por la puerta grande. Firme y protector como una palma real. No se marcha. Ni aunque lo arranquen.
Hasta que salga el sol. 

Necrológica de Manuel Vicent (El País)





1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Ignacio: Me llamo Eduardo Mesa, estoy colaborando en un homenaje a Mons. Pedro Meurice y me gustaria comunicarme contigo, mi correo es edmesaval@yahoo.com y mi blog www.lacasacuba.com

Saludos

Eduardo