lunes, 22 de noviembre de 2010

Buenos Aires, Caracas, La Habana


Publicado en el Diario de Burgos, 17.11.2010

Argentina, Cuba y Venezuela son tres países en ruina. Cada uno con sus peculiaridades, pero con un rasgo común: hace medio siglo eran democracias en crecimiento y sus instituciones garantizaban el desarrollo económico. 


A mediados del siglo pasado, Argentina era uno de las naciones más prósperas del mundo e, incluso, se permitía el lujo de disputar a los Estados Unidos el liderazgo del continente. Por ejemplo, en el campo educativo, donde era una potencia capaz de erradicar el analfabetismo antes que Francia o los propios EEUU. Cuba, por su parte, había alcanzado niveles de prosperidad nunca vistos en una nación de lengua hispana. Su porcentaje de médicos por habitante o salario medio de los obreros era de los más altos de América en dura competencia con Venezuela.
En aquella época Caracas, Buenos Aires o La Habana era grandes urbes, capitales modernas con todos los servicios imaginables. Cierto es que también tenían sus problemas. Nadie está libre de la delincuencia, la marginalidad o la corrupción política y en las tres naciones había su ración de subdesarrollo, especialmente en Cuba, donde una cuarta parte de la población eran campesinos esclavizados por las grandes corporaciones transnacionales.
Sin embargo, en aquellos tiempos cada generación de venezolanos, argentinos o cubanos podía aspirar a vivir mejor que sus padres. Eran sociedades de vanguardia, muy por delante de España, Grecia o Portugal en todos los indicadores de calidad de vida. Eran naciones con recursos naturales en cantidades maravillosas y tierras fértiles, pero sobre todo con una clase media emprendedora, aunque despegada del juego político. Ese fue su gran error.
¿Qué les ocurrió? ¿Cómo es posible que hoy sean naciones caóticas y subdesarrolladas? ¿Qué falló? Nadie los invadió y tampoco estuvieron sufrieron una guerra. Su problema fue que murieron de éxito y optaron por las peores opciones a largo plazo, tanto políticas como económicas, pero de nuevo con un elemento común: su amor por el populismo.
Cuba, Argentina y Venezuela decidieron suicidarse y elegir el error. Un error encarnado en sus líderes (Perón, Castro, Chávez), que les condujeron por la senda del resentimiento, la mentira y el desprecio a todo lo que se alejara de su politizada visión del mundo. La primera víctima fue la verdad y la segunda la libertad, sustituida oportunamente la perseverancia en el error. Ante ese cambio social y mental, las clases medias optaron por exiliarse y a la fuga de cerebros siguió la fuga de capitales. Mejor en Suiza que despojados por el Estado.
¿Cómo pudo pasar? ¿Por qué Argentina, Venezuela y Cuba no siguen a la cabeza de las naciones más desarrolladas del mundo? La explicación es sencilla y dramática: porque no quisieron y, en cambio, se decantaron por la facundia de líderes iluminados que les llevaron a la ruina. Prefirieron la utopía a la aburrida prosperidad de las sociedades abiertas. Quisieron asesinar a la libertad y ésta huyó. A Corea del Sur, a Singapur, a Taiwan, países miserables a mediados de la década de 1950 y hoy naciones desarrolladas.
Según Mario Vargas Llosa, en todo eso hay una responsabilidad evidente del pueblo, que prefirió entregarse a la manipulación política y desmontar el mercado. Se enemistaron con sus aliados y buscaron nuevos socios en lugares remotos como Somalia o Vietnam. Fracasaron, pero sobreviven porque su ideología no termina de morir, pero tampoco es capaz de solucionar nada.
Buenos Aires, Caracas, La Habana… ¿Madrid?

No hay comentarios: