En estos días de frío y villancicos, de ajetreo y luces de neón, vuelve la bendita rutina navideña. Digo bien: bendita. Porque es una bendición volver a tener 6 ó 7 años en el alma y esperar con ilusión de niño –pantalones cortos y frío en los pies– a que venga Dios con una puntualidad que parece suiza o, incluso, japonesa.Si eres un niño importa poco que Jesucristo naciera el 25 de diciembre o 3 de agosto. Menos aún que los Reyes Magos hayan existido y estén enterrados en la catedral de Colonia. Si quieres volver a ser un niño te da igual que la Navidad comience antes que el Adviento, o que los anuncios le animen a invitar a Papa Noel a cenar por Nochebuena. Allá cada cual con sus costumbres, sobre todo si no son las nuestras.
Al fin y al cabo, la felicidad es una opinión. Por eso Teresa de Calcuta era feliz con los miserables y a nosotros nos cuesta serlo en medio de una abundancia que da un poco de vergüenza. Propia y ajena. Para ser feliz hay que tener los deberes hechos y el alma bien lavada, en seco o a la piedra, eso depende de lo bruto que sea cada uno.
En la prehistoria –es decir, anteayer– las gentes de bien se confesaban por Nochebuena y Pascua (de Resurrección). Al menos dos veces al año, lo mínimo para mantener la caldera interior en buen estado. De otro modo, ya se sabe, el recalentamiento era seguro.
Ahora no. Ahora la Navidad la marcan las cenas de empresa (este año más frugales que nunca, Laus Deo), el cotillón de Fin de Año y los lamentos de la tarjeta de crédito, esa enemiga de toda la vida. A veces, incluso, el intelectual de guardia, posmoderno y por lo tanto amargado, que tiene el detalle de explicarnos que la Navidad es un invento de los curas y los grandes almacenes, ya sea por este orden o a la inversa. Puede también que el aguafiestas sea un actor de los que están de vuelta sin haber ido a ninguna parte o, en el peor de los casos, un cuñado “resabiao” cual vaquilla de verano.
Usted no les haga caso porque hasta los actores son hijos de Dios. No le digo nada de los cuñados. Ahora bien, en ceder ni piense. Elija ser feliz, también en Navidad. Hágalo aunque le toque al lado el jefe del departamento o un camello de la cabalgata. ¡Qué importa! Recuerde a los que fallecieron y ya están en mejor vida, o los que no tienen nada o a los que son tan pobres que sólo tienen dinero. La Navidad sólo viene una vez al año y, si se piensa bien, la alternativa es mucho peor.Vivir triste o vivir contento es una elección. Hace un par de navidades nadie se alegraba de tener trabajo, pero tras la purga de la economía (y el gobierno) hasta se agradece tener hipoteca. Por eso es tan sano celebrar la Navidad, con zambombas y sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero. Con sentido trascendente si es que a uno le solaza el más allá, o con simple sentido del pudor si se queda más acá. Con la mesura que marcan estos tiempos de crisis, crisis mundial que, como todas, es una crisis de santos.
Perdón por la cita, pero tanta felicidad navideña me hace decir tonterías. O no.
Publicado en OSACA, dominical de los periódicos del Diario de Burgos









