Como todos los periódicos de hoy, La Vanguardia de Barcelona recoge la muerte del líder de las FARC, Pedro Antonio Marín (alias Tirofijo, alias Manuel Marulanda), el guerrillero en activo más viejo del mundo. Tirofijo tenía 78 años y llevaba 44 desfiando al estado colombiano con su grupo terrorista, creado a imitación del M-26-J cubano y animado por Fidel Castro con palabras y dólares. Lo llamativo, sin embargo, es el perfil que ofrece el diario catalán sobre el comandante Alfonso Cano, supuesto sucesor de Tirofijo en la jefatura de la guerrilla colombiana. Y llama la atención porque lo denomina"intelectual" (Cano es licenciado en Antropología) y dice que ese dato llevará el estilo de mando en las FARC "del modelo autocrático y vertical de Tirofijo [...] a una dirección colegiada de equilibrios". Es decir, la vía militar de Mono Jojoy ha cedido ante la ideológica que Cano representa.
La historia de las guerrillas marxistas está llena de filósofos armados hasta los dientes que defienden la violencia y el asesinato como arma política, tanto en la teoría como en la práctica. Desde Che Guevara -el guerrillero intelectual por excelencia- al peruano Abimael Guzman (fundador de Sendero Luminoso) o el camboyano Pol Pot (líder de los Jemeres rojos, que estudió en La Sorbona y perteneció al Partido Comunista Francés), todos los guerrilleros/terroristas tienen algo en común: saber qué necesita el pueblo mejor que el propio pueblo. Su indudable inteligencia y arrojo les convierte en visionarios, guías férreos e inmisericordes que no dudan en matar si es por el triunfo de la revolución.
El que mejor lo explicó fue el Che. Una de las últimas veces que lo hizo fue en abril de 1967 en su apocalíptico Mensaje a los pueblos del mundo de la conferencia Tricontinental. En ese foro Guevara anunció “un conflicto mundial, largo y cruel, para provocar la destrucción del imperialismo y alumbrar un nuevo orden basado en la revolución socialista”.
Entre los requisitos ineludibles de esa batalla destacó uno: el odio. “Un odio que impulsa al hombre y lo transforma en una máquina de matar efectiva, violenta, seductora y fría. Sin odio no hay libertad”.
Ese es el credo de los intelectuales armados.
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