En 1980, monseñor Romero fue asesinado por fuerzas paramilitares de ultraderecha (los Escuadrones de la Muerte) mientras celebraba la misa, justo en el momento de la consagración. Los catolicos progresistas (y los que no lo eran pero eran gente de bien) lloraron su muerte.
Los terroristas de Estado lo hicieron por palabras como las siguientes, que monsenor dijo a los militares: "Están matando a sus mismos hermanos campesinos. Ningún soldado tiene que obedecer la orden de matar. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno, cese la represión"
El pasado viernes, 6 de noviembre, en Washington, una representación del Gobierno salvadoreño se comprometió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, perteneciente a la Organización de Estados Americanos (OEA)), a realizar una investigación judicial completa para "identificar, juzgar y sancionar" a todos los autores, materiales e intelectuales, del asesinato.
De esta forma, el gobierno de El Salvador reconoce, por primera vez y de forma plena, la autoridad del organismo y el carácter vinculante de sus recomendaciones. Han tenido que llegar los ex terroristas del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) al poder para que se asuma este secreto a voces: a monseñor Romero lo asesinó la derecha salvadoreña en un complot organizado por el gobierno. El nuevo presidente, Mauricio Funes, cumple así una de sus promesas electorales. Yo lo aplaudo.
Romero no era un arzobispo progresista y, menos aún, pertenecía a la Teología de la Liberación. En 1972, por ejemplo, criticó con extremada dureza a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (dirigida por los jesuitas y en la que serían asesinados años después el P. Ignacio Ellacuría y sus compañeros), por la protección que se daba en ese centro educativo a los terroristas del FMLN. Finalmente, Romero se enfrentó con los propios jesuitas, que fueron relevados como directores del Seminario Diocesano. Sirva como curiosidad que, seis años más tarde, en 1978, le hicieron Doctor Honoris Causa en otra de sus universidades, la de Georgetown (EE.UU.) y se unieron a la petición del premio Nobel de la Paz para el arzobispo. Los jesuitas son así de jesuitas.
En 1975, monseñor Romero escribió a Pablo VI apoyando la canonización de San Josemaría Escrivá, al que conocía personalmente desde 1970. De hecho, Romero facilitó en 1960 la apertura de la primera residencia de esta prelatura en El Salvador, según cuenta Antonio Rodríguez Pedrazuela en su libro "Un mar sin orillas. El trabajo del Opus Dei en Centroamérica". El propio Romero lo dejó escrito, confirmando que su director espiritual era un sacerdote del Opus Dei.
Óscar Romero fue un hombre involucrado con su pueblo, como demostró en 1975, tras el asesinato de varios campesinos por la Guardia Nacional al salir de una misa. Este hecho le llevó a denunciar por primera vez la grave situación política del país, pero con una idea clara: "La Iglesia no debe meterse en política, pero cuando la política toca el altar de la Iglesia. ¡A la Iglesia le toca defender su altar!".
A finales de los años 70, el compromiso social de un sector importante de la Iglesia Católica (animado por el Concilio Vaticano II y ratificado en Latianomérica por la CELAM de 1968), chocó de pleno con unos gobiernos oligárgicos, surgidos a veces de golpes de estado y apoyados en buena medida por Estados Unidos, siempre atento a defender sus intereses económicos en la zona. Romero lo vivió y lo denunció proféticamente hasta su muerte.
En 1977 otro asesinato -el del P. Rutilio Grande, colaborador suyo, a manos de la ultraderecha- le llevó a enfrentarse directamente con el presidente de la república. Ante el desprecio institucional, Romero decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato.
Romero no lo hizo todo bien. Romero tuvo errores, se comprometió a veces en exceso con la izquierda e incluso apoyó el golpe de Estado de 1979 que llevó al poder a la derecha que luego le asesinó. Durante todo el tiempo contó con el apoyo expreso de Pablo VI, al que visitó dos veces en sus tres años de gobierno, y de Juan Pablo II, que le conoció en Roma en 1979 (en la foto adjunta, rezando en la tumba de monseñor Romero).
El 23 de marzo de 1980, Domingo de Ramos, Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las seis y cuarto de la tarde, fue asesinado en el mismo altar de la catedral.
Así se convirtió Romero en una víctima más de la guerra civil de El Salvador. Le mataron por denunciar la injusticia, la corrupción y el abuso. Le asesinaron porque siempre se mantuvo fiel a la ortodoxia: "el amor a mi pueblo y mi fidelidad a Cristo ya su Iglesia es lo que me lleva a decir las cosas que digo".
En 1994 se abrió su proceso de canonización y en 2005 el postulador de la causa, Vincenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”.
El proceso seguirá nuevos trámites, que si son superados, acercarán la fecha en que Óscar Arnulfo Romero sea elevado a los altares como el primer santo y mártir de El Salvador.
Para miles de salvadoreños será la confirmación de algo que ya sabían desde hace mucho tiempo.
Los terroristas de Estado lo hicieron por palabras como las siguientes, que monsenor dijo a los militares: "Están matando a sus mismos hermanos campesinos. Ningún soldado tiene que obedecer la orden de matar. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno, cese la represión"
El pasado viernes, 6 de noviembre, en Washington, una representación del Gobierno salvadoreño se comprometió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, perteneciente a la Organización de Estados Americanos (OEA)), a realizar una investigación judicial completa para "identificar, juzgar y sancionar" a todos los autores, materiales e intelectuales, del asesinato.
De esta forma, el gobierno de El Salvador reconoce, por primera vez y de forma plena, la autoridad del organismo y el carácter vinculante de sus recomendaciones. Han tenido que llegar los ex terroristas del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) al poder para que se asuma este secreto a voces: a monseñor Romero lo asesinó la derecha salvadoreña en un complot organizado por el gobierno. El nuevo presidente, Mauricio Funes, cumple así una de sus promesas electorales. Yo lo aplaudo.
Romero no era un arzobispo progresista y, menos aún, pertenecía a la Teología de la Liberación. En 1972, por ejemplo, criticó con extremada dureza a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (dirigida por los jesuitas y en la que serían asesinados años después el P. Ignacio Ellacuría y sus compañeros), por la protección que se daba en ese centro educativo a los terroristas del FMLN. Finalmente, Romero se enfrentó con los propios jesuitas, que fueron relevados como directores del Seminario Diocesano. Sirva como curiosidad que, seis años más tarde, en 1978, le hicieron Doctor Honoris Causa en otra de sus universidades, la de Georgetown (EE.UU.) y se unieron a la petición del premio Nobel de la Paz para el arzobispo. Los jesuitas son así de jesuitas.
En 1975, monseñor Romero escribió a Pablo VI apoyando la canonización de San Josemaría Escrivá, al que conocía personalmente desde 1970. De hecho, Romero facilitó en 1960 la apertura de la primera residencia de esta prelatura en El Salvador, según cuenta Antonio Rodríguez Pedrazuela en su libro "Un mar sin orillas. El trabajo del Opus Dei en Centroamérica". El propio Romero lo dejó escrito, confirmando que su director espiritual era un sacerdote del Opus Dei.
Óscar Romero fue un hombre involucrado con su pueblo, como demostró en 1975, tras el asesinato de varios campesinos por la Guardia Nacional al salir de una misa. Este hecho le llevó a denunciar por primera vez la grave situación política del país, pero con una idea clara: "La Iglesia no debe meterse en política, pero cuando la política toca el altar de la Iglesia. ¡A la Iglesia le toca defender su altar!".
A finales de los años 70, el compromiso social de un sector importante de la Iglesia Católica (animado por el Concilio Vaticano II y ratificado en Latianomérica por la CELAM de 1968), chocó de pleno con unos gobiernos oligárgicos, surgidos a veces de golpes de estado y apoyados en buena medida por Estados Unidos, siempre atento a defender sus intereses económicos en la zona. Romero lo vivió y lo denunció proféticamente hasta su muerte.
En 1977 otro asesinato -el del P. Rutilio Grande, colaborador suyo, a manos de la ultraderecha- le llevó a enfrentarse directamente con el presidente de la república. Ante el desprecio institucional, Romero decidió no acudir a ninguna reunión con el Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato.
Romero no lo hizo todo bien. Romero tuvo errores, se comprometió a veces en exceso con la izquierda e incluso apoyó el golpe de Estado de 1979 que llevó al poder a la derecha que luego le asesinó. Durante todo el tiempo contó con el apoyo expreso de Pablo VI, al que visitó dos veces en sus tres años de gobierno, y de Juan Pablo II, que le conoció en Roma en 1979 (en la foto adjunta, rezando en la tumba de monseñor Romero).
El 23 de marzo de 1980, Domingo de Ramos, Romero pronunció en la catedral una valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las seis y cuarto de la tarde, fue asesinado en el mismo altar de la catedral.
Así se convirtió Romero en una víctima más de la guerra civil de El Salvador. Le mataron por denunciar la injusticia, la corrupción y el abuso. Le asesinaron porque siempre se mantuvo fiel a la ortodoxia: "el amor a mi pueblo y mi fidelidad a Cristo ya su Iglesia es lo que me lleva a decir las cosas que digo".
En 1994 se abrió su proceso de canonización y en 2005 el postulador de la causa, Vincenzo Paglia, informó a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”.
El proceso seguirá nuevos trámites, que si son superados, acercarán la fecha en que Óscar Arnulfo Romero sea elevado a los altares como el primer santo y mártir de El Salvador.
Para miles de salvadoreños será la confirmación de algo que ya sabían desde hace mucho tiempo.
6 comentarios:
Es bonito descubrir un domingo por la tarde, cuando el tedio de la comida te decanta mas por la siesta que por otros menesteres, que ha existido una persona excepcional como monseñor Romero. No tenia ni idea de su historia, però la encuentro maravillosa. Gracias por darmela a conocer y no tengas duda que buscaré mas cosas sobre el.
Un abrazo de un lector nuevo de tu blog, al que por cierto, le gusta mucho.
Señor Uría: ¿Como puede usted afirmar que “los jesuitas son asi de jesuitas”? ¿A que se refiere? ¿a que son mutables? ¿Quizá como la opinión de la prelatura respeto a monseñor Romero? Monseñor Sáenz Lacalle, arzobispo de San Salvador hasta el año pasado e incardinado a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei, manifestó en 1997 que todos los mártires y gente del pueblo que habían muerto era por culpa de monseñor Romero, porqué su misión tenía que haber sido ponerse de acuerdo con el poder constitutivo. Por eso votó en contra de apoyar su canonización en la reunión que tuvo lugar con ese fin, ese mismo año, con los demás obispos y el nuncio. Su voto fue el único en contra. Eso es un hecho.
Quizá ahora que el gobierno salvadoreño ha cambiado, sea conveniente volver a alabar a Monseñor Romero como lo hicieron hace 30 años.
Con caracteres mutables no habría mártires, y que yo sepa, en la Universidad Simeón Cañas hubo 7 mártires que encontraron su muerte de manos de los mismos que asesinaron a monseñor Romero y por la misma razón, por denunciar la injusticia, la corrupción y el abuso.
¿Cuantos sacerdotes de la obra se arriesgaron a ser martirizados por defender al pueblo oprimido? Es mas, ¿con cuántos mártires cuenta la obra entre sus canonizables?
Veo que Sr. Iron que ha entendido perfectamente la frase. De otro modo no se habria explayado en el sentido que lo ha hecho.
Para estos casos yo prefiero seguir la Francisco de Sales (santo) que decia aquello de "Santo triste triste santo".
En cualquier caso, ni monsenor Lacalle representa al Opus Dei, ni aunque lo hicera -que no es el caso- estaria libre de equivocarse. Que yo sepa el Opus Dei no tiene una opinion oficial sobre monsenor Romero, pero incluso si la tuviera y no le gustara este arzobispo martir, estaria en su derecho. Como usted de que no le guste San Josemaria Escriva, San Beda el Venerable o San Pascual Bailon.
En cualquier caso, gracias por su tiempo y su erudicion, quedo muy edificado con sus comentarios.
Apreciado Nacho:
Le felicito por el tratamiento delicado de la figura de Monseñor Romero. Eso es lo que necesita este hombre de Dios, para que pueda ser inscrito en el catálogo de los santos. También y, al mismo tiempo, para que sea propuesto como modelo e intercesor. Esa delicadeza hace discriminar los motivos de su muerte que, para que sea considerada martirio, debe ser por Cristo y su Iglesia. Se equivocan los que se apropian de la figura de este obispo para realizar reivindicaciones humanas, demasiado humanas.
Un saludo desde las tierras navarras
Estimados Kasal y jose Antonio: Gracias por vuestros comentarios. Espero seguir escribiendo historias que os interesen.
La frase "así son los jesuitas de jesuitas" es demasiado generalizadora y, si uno entiende el sentido, la puede encontrar injusta, que, de hecho, es mi caso.
Aparte de esa arbitrariedad me gustó mucho el artículo, que me ha llevado a buscar información sobre el mártir.
Por otro lado, en la Obra se puede tener la devoción que se desee, así puede haber gente que admire a Monseñor Romero, como gente que encuentre que no cumplió el papel que se necesitaba. Libertad, ante todo.
Un saludo, y buen blog.
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