Ser una X no es fácil en los tiempos que corren. Sin embargo,
la X de la que quiero hablar tenía bastantes opciones en la vida. Podía, por ejemplo, decantarse por la literatura y vivir en el
sillón X de
la RAE. De ese modo, habría conocido a Buero Vallejo y ahora compartiría tertulia con Francisco Brines, que es un poeta solvente que odia el frac.
Si le hubiera gustado el juego podría haber elegido las quinielas. Ser una X, por ejemplo, en un Madrid-Barça se paga muy bien, aunque no tanto como un 2, claro. En el supuesto de tener inclinaciones conspiradoras, nuestra X podía haberse unido a los GAL y hacer migas con el Señor X, que a estas alturas de la película se sabe quién es, pero no hay pruebas para demostrarlo. Si fuera una X salaz optaría por los lamentables anuncios X de la prensa, pero si le gustaran las matemáticas podría ser una X de las ecuaciones o vivir en el eje de abcisas. Finalmente, si tuviera sueños cinematográficos formaría parte de los X-Men o, incluso, de los Expedientes X, con sus monstruos y marcianos.
Con todo, la mejor salida para una X es convertirse en la X del IRPF. Eso sí que es un trabajo digno. La X de la renta puede hacer muchas cosas, sobre todo si se marca en ambas casillas: en la de la Iglesia y en la otra, la de los fines de interés social.
Con la X del IRPF se hace el bien sin que cueste nada. Es decir, no se lo lleva el Estado a la saca, sino que se entrega directamente a la Iglesia y ONGs. Con ese dinero se financian incontables iniciativas que no hacen daño a nadie. Al contrario, hacen bien a muchos. Desde la ayuda a los inmigrantes o la catequesis parroquial, a los colegios y guarderías. De las escuelas de oración a los hospitales y asilos que existen en toda España. No todo el mundo puede decir lo mismo.
Bien es verdad que la Iglesia nunca podrá estar a la altura de sí misma porque su mensaje supone también un juicio sobre sus actos. Sin embargo, ¿qué razones tiene hay para no ayudar a una institución que trabaja por los demás a tiempo completo? Una institución que tiende su mano a los más pobres, a los dementes, a los inmigrantes, a las prostitutas, a los niños y enfermos.
Nadie niega que algunas realidades de la Iglesia no animan a apoyarla. Sin embargo, castigar por ello a todos los que se benefician de sus apostolados es una injusticia cruel. La sociedad es más importante que nuestras manías y no marcar las casillas es una extravagancia que perjudica a miles de personas, católicas o no, necesitadas de ayuda material y espiritual. Ponga la X. No cuesta nada.
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