Finalmente, la gloria. Gracias a Dios, el ascenso. A Dios y al juez Guijarro, que en 2005 impuso unas condiciones leoninas al Sporting tras la suspensión de pagos. En ese momento, la deuda era de 50 millones de euros y todos en Gijón esperábamos el entierro. Entonces llegó el juez y se acabó la diversión. Por decreto. Antón Guijarro ordenó reducir los sueldos de los directivos e impuso un límite salarial a la plantilla. La cosa estuvo tan negra que hubo que vender a las mejores promesas del club (entre otros, al
guaje Villa, que hoy deslumbra con el equipo nacional) y hasta
Quini -leyenda viva y referente emocional del
Sporting de Gijón- vio en peligro su puesto como delegado del equipo.
El presupuesto anual bajó a 6 millones de euros. Con la miseria volvió el sentido común y el club apostó de nuevo por los valores de siempre: cantera, cantera y cantera. Y al frente del proyecto un sportinguista de toda la vida:
Manolo Vega-Arango.
Entonces llegó al banquillo
Manuel Preciado, que se merece un monumento. Preciado es bueno en el buen sentido de la palabra. Un montañés de una pieza, marcado por la tragedia personal (su mujer enfermó gravemente y falleció en poco tiempo y, meses después, un hijo se mató en un accidente de tráfico) y, sin embargo, capaz de revivir a toda una ciudad con su optimismo y sabiduría futbolística. A su lado tuvo a
Emilio de Dios, con el que planificó la temporada y decidió los fichajes. La excelente relación entre ambos y una visión del fútbol muy similar sirvieron para traer refuerzos de garantías.
Ya en su primer año (temporada 2006-07) Preciado metió al equipo en puestos de ascenso, pero al final el Sporting terminó por desfondarse. En la actual, se apostó aún más por jugadores de la casa. Resultado:
13 asturianos en la primera plantilla, de los que 7 son gijoneses. El compromiso con la camiseta rojiblanca ha sio total y el equipo termina la temporada como el más goleador de 2ª división y 35 jornadas en puestos de ascenso.

Durante todo el año el sufrimiento ha sido constante. En el viejo campo de
El Molinón (que hace un mes cumplió 100 años) volaron muchos puntos, muchísimos. Después el equipo se fajaba fuera de casa y recuperaba lo perdido. Entre los héroes locales destacan
Mate Bilic -que vino en diciembre procedente del Rapid de Viena para jugar su segunda época en Gijón- y
Kike Mateo, murciano y virtuoso.
Con todo ese equipaje se llegó al partido de ayer contra el
Éibar. La ciudad entera se tiñó de rojo y blanco y hasta en la parroquias se rezó por el ascenso. Las dos noche anteriores al encuentro la gente ya salía con la camiseta puesta, mientras que de día El Muro -paseo marítimo gijonés- se llenaba familias con banderas y bocinas. En la diáspora, los que somos sportinguistas nos cruzábamos mensajes de ánimo y, al menos en espíritu, viajamos al Molinón para empujar al equipo.
El resultado es Historia. Es parte de la Historia de
un club humilde, pero querido en toda España. De una afición de primera que tuvo que celebrar el centenario en Segunda. De un equipo que es el alma de la ciudad y que tenía una deuda que saldar con su afición.

En el campo estuvieron casi todos los viejos jugadores del Sporting de los 80, el que ganó dos subcampeonatos de Liga y otros dos de Copa (Enzo Ferrero, Cundi, Abel). Sobre todos ellos, Enrique Castro
Quini, 7 veces Pichichi de la Liga española -marca no igualada-, que lucha hoy contra el cáncer.
El Brujo vivió ayer uno de los días más felices de su vida cuando el estadio entero -24.000 almas- coreó hasta cinco veces el célebre "Ahora, Quini, ahora" de sus años de futbolista. Desde hace unos días, un parque cercano al campo de El Molinón
lleva su nombre (y el de sus hermanos, Falo y Jesús, éste portero internacional del Sporting y que murió en la playa de Pechón al intentar salvar a un muchacho que se ahogaba).
La tensión del partido fue en aumento hasta que llegó la noticia del
gol del Córdoba en Anoeta. Ahí llegó el delirio, convertido en locura cuando
Bilic marcó el 1-0. Después se lamentó el emparte donostiarra, pero
Morán marcó el 2-0 (y Castro de portero, como se decía en los 70). El árbitro pitó el final y el éxtasis fue colectivo, un estallido de sentimientos desbordados y la sidra corriendo
a esgaya por todos los chigres de
esi Gijón del alma que dice el cantar.
Entonces
la mareona -que es el nombre que se ha dado la afición- inundo las calles de colores. De dos colores. Rojo y blanco
. 10 años fueron suficientes. Una década perdida y encontrada ayer a golpe de ilusión y de cánticos tribales,
Asturias Patria querida incluido, himno que resonó a pleno pulmón en las gradas del municipal gijonés. Y el inevitable grito
Ahora más que nunca, Sporting de Gijón en 1998 -año de la tragedia- en Amsterdam mientras animaba al Real Madrid en la legendaria final de la 7ª con el catedrático Nanclares de compañero de viaje.

Hoy la fiesta continúa y
la mareona se desparrama por las calles gijonesas como si fuera
Antroxu o la Virgen de Begoña.
Diez años bastan. Ahora toca disfrutar con el Sporting en Chamartín, el Nou Camp y la Catedral. Lástima que el Oviedo esté en 3ª.