"Este tipo es un dictador y huele a demonios blancos". Eso fue lo que pensó Freddy Ilanga cuando conoció al Che Guevara en el Congo.
Porque en 1965 Ernesto Guevara de la Serna, alias Che, estaba en el Congo belga, que para entonces ya no era belga. El revolucionario argentino había ido a ese país para liberar a los congoleses de sí mismos y, de paso, derrocar al gobierno de turno, tan corrupto y brutal como la guerrilla que lo combatía.
Che Guevara hablaba perfectamente francés, así que pensó que se entendería con los nativos, a los que suponía ilustrados en la lengua de Robespierre y Sartre, que eran sus dos modelos: Sartre literario y Robespierre vital.
Al llegar al país con su ejército, el Che se dio cuenta de su error: allí nadie hablaba francés. Al menos entre los rebeldes, por lo que al intrépido argentino tuvieron que ponerle un traductor.
Alfred Ilanga Yatti, al que todos llamaban Freddy, había nacido en una aldea congolesa cercana a Burundi. En 1965 tenía 17 años y un arma en las manos. Ilanga hablaba swahili y también francés, idioma aprendido con unos misioneros católicos. De modo que, sin decirle quién era Guevara, sus superiores le ordenaron que no se separara de él.
Al principio, como ya he dicho, el argentino le cayó muy mal. Al fin y al cabo, Ilanga desconfiaba de los blancos y aquel hombre, además de blanco, era sucio y de pocas palabras. Ilanga nunca había oído hablar de Cuba y menos aún de sus nuevos y revolucionarios amos, pero poco a poco cambió su opinión sobre Guevara, que le trataba como a un igual.
Esa vida duró apenas siete meses, ya que los cubanos sucumbieron a la mentalidad tribal y al caos de una guerrilla que más bien parecía una banda. “En nombre del internacionalismo proletario cometemos errores que pueden ser muy costosos: aquí la tierra sobra”, escribió el Che a Fidel Castro, encantando de ver a su ex compañero a miles de kilómetros.
De modo que, tras esa breve y patética misión, Guevara volvió a su Cuba, abatido y derrotado por una realidad diferente e inesperada. Con él se llevó a Freddy Ilanga, al que no le preguntaron si quería irse: el Che lo había pensado todo, siempre por el bien de Freddy. "Es mejor tener una educación digna que una familia".
En la práctica, en plena Guerra Fría, era un riesgo inasumible dejar a un suculento traductor a merced de la CIA y el atroz gobierno del Congo. Freddy creyó que se iba a Cuba a recibir entrenamiento militar y que, al año siguiente volvería a su país. Las semanas fueron pasando y se convirtieron en meses. Los meses, en años: uno, dos, tres. Entonces se supo que el Che, había sido ejecutado en Bolivia.
Con esa noticia la vida cambió para siempre. El gobierno no le permitió salir de Cuba, pero a cambio le pagó los estudios de Medicina. Ilanga, arrancado de su tierra a la fuerza como los esclavos negros, nunca más pudo contactar con sus padres. Prefirió entonces pensar que habían muerto en la guerra.
Todo cambió cuando en 2003 una cuñada, a la que no conocía, introdujo su nombre en Google. El milagro ocurrió y allí apareció, entre comillas, Alfred Ilanga Yatti, médico pediatra y residente en Cuba. Algunas semanas más tarde, el teléfono sonó en su apartamento habanero. No reconoció la voz que, en swahili, preguntó por él: era su madre. Habían pasado casi cuarenta años. Freddy lloró.
En 2005, Ilanga falleció en Cuba. Nunca pudo volver al Congo y abrazar a su madre, que aún vive. En el comienzo de su diario africano, el Che escribió: “Esta es la historia de un fracaso”. Entre los aniquilados estuvo Freddy Ilanga Yatti.
A continuacion un trailer del corto sobre Ilanga dirigido por la antropóloga Katrin Hansing, hija de comunistas sudafricanos blancos en tiempos del Apartheid. Hansing vivió en Cuba varios años, pero terminó doctorándose en Oxford y hoy es profesora en EE.UU.
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