viernes, 23 de noviembre de 2007
De oro
De nuevo, el baloncesto. Ba-lon-ces-to, que diría Pepu Hernández. De nuevo, un septiembre memorable, un final de verano apasionante, lleno de sufrimiento, de alegría, de pena. Un poquito de pena, sí, para qué engañarse. Esta vez teníamos el oro en el punto de mira. Se lo llevó Rusia con merecimiento, sin bajar los brazos. Felicidades al campeón. That´s entertainment.
El equipo nacional de baloncesto nos ha vuelto a enganchar. Bien es verdad que Andrés Montes y la pareja Epi-Iturriaga han contribuido. Bien por La Sexta. El singular Montes con su estilo genial y la pareja de ex jugadores con su sabiduría: Epi en plan técnico, más conservador, un poco cenizo. Itu con sorna –que es la manera con la que los vascos se ríen y hacen reír–, anárquico, veloz. Oírles era verles de nuevo veinticinco años atrás, con Corbalán, Jiménez, Chicho Sibilio y Lagarto De la Cruz. Los pantaloncillos cortos, cortísimos, y las primeras lecciones de cómo amar el baloncesto.
Algunas de esas viejas glorias estuvieron en el pabellón madrileño. En general muy bien de chapa y pintura. Jofresa igual de rubio con su flequillo. Montero serio, a lo suyo. Antonio Martín con canas, pero sin un kilogramo de más. José Luís Llorente parlanchín, Ferrán Martínez calvo y Manel Bosch con melena. Estaban casi todos. Lolo Sáinz, Brabender y Villacampa. Eché de menos a Antonio Díaz-Miguel, a Fernando Martín, a Héctor Quiroga, que habrán visto los partidos con entradas de lujo. Es lo que tiene estar en el Cielo.
Junto a ellos también salió gente intranscendente. Al menos en esto de la canasta. Pedro Almodóvar con gafas de sol y obviedades, Serrat sufriendo y Gonzalo Miró que miraba poco. No tienen la culpa y sí el realizador, al que es posible que le falte un verano. Con ellos el inefable Willy, que tiene menos gracia que un humorista alemán. A ver si en Pekín 2008 deja de perseguir a los familiares de los jugadores o de tutear a Emiliano –que todavía es alguien– y al legendario Bill Russell, que es un dios y como tal merece ser tratado. Si querían entretenernos les sugiero primeros planos de Eva Longoria –la mujer del jugador francés Tony Parker– o Elsa Pataky, que iba a ir a la final y al final no pudo. Una lástima.
Con todo, lo importante ha sido sufrir y disfrutar, otra vez, con un equipo que juega como los ángeles. Como en Los Ángeles, 1984, las Olimpíadas de Michael Jordan y Pat Ewing, los dos recién salidos de la universidad. Entre los de ahora ha destacado Calderón, verdadero pata negra. Ha brillado más que nunca el extremeño, el único que ha alcanzado el nivel del Mundial de Japón 2006. El resto ha estado un peldaño por debajo. ¿Y qué? Nadie está obligado a ser sublime para siempre. Por eso ver a Pau Gasol extenuado, a Garbajosa poniendo en juego su contrato con los Raptors, a Felipe Reyes mordiendo la bola, ha sido la mejor recompensa. Incluso un NBA como Sergio Rodríguez ha asumido su papel, muy secundario, pero capital: hacer equipo.
La nueva medalla del Eurobasket es un premio mayor y así hay que verlo. Es verdad que es una plata que sabe a madera –Marc Gasol dixit y yo digo amén–, que todos queríamos el oro para este grupo genial e inigualable. Poco importa. Han vuelto a demostrar lo mejor del baloncesto: esfuerzo al límite, orgullo colectivo y humildad personal, defensa espartana, genialidad desde 6,25 y también errores. Errores de los que se aprende. Otros vendrán detrás que inyectarán sangre nueva: Raúl López, Trías, Ricky Rubio. Incluso Fran Vázquez, gigante de estirpe gallega.
La misión era casi imposible porque España tenía el papel más difícil: ser el favorito. Pero, de nuevo, hemos disfrutado con el equipo nacional. El año que viene, los Juegos Olímpicos de Pekín y otra oportunidad de sentir los colores. Colores de oro. Va a ser verdad que la vida puede ser maravillosa.
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