Ayer se vivió en el Tour de Francia una etapa estupenda, de las que te reconcilia con el ciclismo. Después de años de escándalos, de dopajes y vergüenza, la subida al desconocido Verbier ha confirmado que el español Alberto Contador es una apuesta de presente y futuro.
A su lado estaba, amenazante, Lance Armstrong, el mejor ciclista de la ronda francesa en toda su historia. Con casi 38 años y tres sin competir, Armstrong volvió al Tour con el objetivo de ganarlo y presentar en sociedad su proyecto millonario de investigación contra el cáncer (Livestrong). Su retorno fue una alegría para todos los que amamos el ciclismo..., con la excepción de la prensa deportiva española, tan forofa y patriotera que da vergüenza.
Ayer Armstrong supo lo que era perder por primera vez desde 1999, el año de su primer Tour. Lo hizo a lo grande, sufriendo y demostrando que, si no es por Contador, esta carrera sería suya de nuevo. El resto de corredores -los Schleck, Sastre (¡qué grande eres, Carlos!) y compañía- aún está lejos del tejano, que se une a Merckx como el único corredor que, tras dejar de correr el Tour, volvió para perderlo.
Lance Armstrong no es un tipo simpático porque tiene esa arrojancia casi infantil de muchos estadounidenses. Pero es un luchador y un ejemplo deportivo, capaz de vencer al cáncer, al paso del tiempo y a su propia leyenda.
No es el mejor de todos los tiempos -ahí Merckx le supera claramente e, incluso, Miguel Induráin- pero es el mejor del Tour. Aunque nos duela en el orgullo nacional.
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