Bajan las aguas revueltas en el país del Miño. O, más que las aguas, los caldos y eso es mucho decir en una tierra donde nadie discute. El mundo del vino en Galicia anda a la greña desde que una bodega de
¿Discuten por un quítame allá esas uvas? Pues sí y no, que dirían ellos mismos. Es verdad que la albariña es el estandarte de Rías Baixas, pero no lo es menos que si usted anda con el gañote reseco y quiere un buen tinto no se le ocurre decir “A ver, póngame un mencía”. Con buen sentido pedirá usted “un bierzo” como el Corullón de los Palacios o, si le va la garnacha, “un navarro” como los Sarría. Lo mismo hará con el resto de vinos.
La cuestión está en que cuando alguien quiere “un rías baixas” no lo pide así. Pide “un albariño”, que según el eterno Cunqueiro es el príncipe dorado de los vinos. Ahí está la cepa de la cuestión, si se me permite la gracia. Temen los pontevedreses que ese nuevo albariño del Ribeiro confunda al cliente. Tal vez, digo yo, pero es muy difícil ponerle cercas a la viña.
Antes de existir
Si las variedades fueran exclusivas de sus zonas de origen poco vino de calidad tendríamos. Por eso los productores de Rías Baixas deberían saber que en ningún sitio va a salir un Albariño como en O Rosal. El Albariño de Orense recordará, por ejemplo, al de Caldas de Reis, pero será otra cosa. Es como si los chinos se ponen a cocinar en Pekín pulpo “a feira” o empanada de chocos. Les saldrá una empanada a la pekinesa, muy simpática y amarilla ella, pero como los chocos de Redondela o el pulpo aborigen en un día de San Froilán nada de nada. Se lo digo yo y miles de gallegos, que son más moderados y sabios.
¿Que hay competencia? Claro, y eso no es bueno: es mejor. Así que como la ley no lo impide elabore un vino albariño el que quiera. Hasta en Orense, si me apura. Otra cosa, ya digo, es que salga como en el Salnés.
Pero Grullo –que no era gallego sino asturiano, según palabra de Quevedo– nos dice que la uva es parte capital en un buen vino, pero no la única. Es decir, cualquiera puede plantar en su casa la misma uva merlot con la que se elabora el Pétrus. Pero no le va a salir un Pétrus. Eso seguro. El suelo, la intensidad de las lluvias, las horas de sol o la orientación de los viñedos tienen mucho que decir en la calidad de un vino. Además, claro, del propio proceso de elaboración.
De modo que no sólo es la uva. Son más cosas. Las variedades, mejor o peor, viajan. La misma Galicia importó cepas alemanas hace casi mil años. ¿Quiere saber cuales? ¡Las albariñas! Entonces tenían un nombre menos dulce y los monjes cluniacenses de Armenteira –que fueron los que las trajeron, ¡Laus Deo!– decidieron bautizarlas de nuevo. Las uvas reconocen su tierra, su orvallo, su sol... y, como son agradecidas, responden. De modo que en el clima y el paisaje orensano, ¡qué le vamos a hacer!, no van a salir como en la atlántica A Guarda.
¿Que alguien produce un albariño como el de Pontevedra? Eso, imitando a mis admirados gallegos, lo dudo mucho. Así que no deben preocuparse los bodegueros de las Rías Baixas de lo que hagan los de Ribeiro. Si la albariña viaja, que viaje. Y que llegue a otras tierras por otros mares. Los gallegos llevan trasplantándose toda la vida y dando buenos frutos, pero como un gallego de Galicia... Que se lo pregunten si no a Germán, peluquero de “London” en Pamplona, un navarro nacido en Lugo o, más bien, un lucense de Pamplona.
Con xeito en ambos supuestos, eso sí.
2 comentarios:
muy bueno, acabo de volver de Galicia y no he dejado de probar Albariños, ¡qué buenos!, cuando se gasten todos los que me he traído habrá que volver... digo yo...
La uva albariña que existe hoy en las tierras de Pontevedra proviene de... tachan tachan!!!, El Ribeiro, y ni punto de comparación de sabor entre albariños de las Rías Baixas, muy buenos, y del Ribeiro, EXCELENTESSSS, lo siento por los pontevedreses, pero para vino Ourense...
Publicar un comentario