
Rafael Nadal y Roger Federer han interpretado una sinfonía sobre la hierba del All England Tennis Club. Un dúo a capella que no merecía tener un vencedor y un derrotado porque en ellos se encarnó todo lo bueno, lo grande, lo sublime del verdadero deporte: el esfuerzo sin límite, la disciplina, la constancia, la caballerosidad. A real five-set thriller.
Con su ya legendario palmarés de finales eternas -que son siempre la misma, jueguen en la arcilla de París o en la hierba de Londres-, Nadal y Federer han demostrado que se puede ser a la vez un gran campeón y una gran persona. Sin alardes, sin ofensas, con austeridad y sencillez, con respeto al contrario, que al final siempre es respeto por uno mismo.
Millones de personas se lo agradecemos desde lo más profundo porque su ejemplo es agua de mayo para generaciones de deportistas, de niños que entrenan y se superan en viejas canchas de todo el mundo, soñando con llegar -algún día- a ser como ellos.

Apenas habían pasado unos instantes desde el afectuoso saludo entre las dos mejores raquetas mundiales. Federer -quíntuple ganador de Winbledon- quiso consolar a un desencajado Nadal, conmocionado por el éxito y cegado por los flashes de los fotógrafos. Casi en la oscuridad, externa e interna, Federer dijo que era la derrota más dura de su carrera. "No siento nada. Estoy decepcionado, roto".
A pesar de su hundimiento, ensalzó a Nadal. "Rafa es un merecido campeón. Es el peor rival en la mejor pista". Y a pesar del trago, se despidió con ironía. "Estoy cansado. Se ha hecho un poco tarde".
Jamás será tarde para reconocer vuestra hombría. Gracias. Gracias por vuestro homenaje al tenis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario