miércoles, 3 de marzo de 2010

Una elegante chatarra

Dedicado a José Luis de Cea-Naharro, marino y marine.

La reina María de Inglaterra tuvo un hermano normando que era tan grande como ella. Los franceses estaban muy orgullosos de él, así que lo llamaron Normandie: el barco más elegante del mundo. Tan parecido al “Queen Mary” como dos copos de nieve de los que han sepultado Washington, DC hace unos días.

El gigantesco “Normandie” nació en 1932. Lo había pagado la Compañía General Trasatlántica, que lo convirtió en su buque más lujoso. Su tamaño era el doble del famoso “Titanic”, así que lo franceses tenían –por una vez– motivos para sacar a pasear su grandeur. Lo hacían sobre todo en Estados Unidos, destino habitual del “Normandie” y sus tres mil pasajeros De El Havre a Nueva York en menos de cuatro días, travesía de la que gozaron Hemingway, Walt Disney y Marlene Dietrich (cada uno en su camarote).



El inicio de la II Guerra Mundial sorprendió al buque en los muelles de Manhattan y ya nunca más volvió a la vieja Europa, que entonces observaba con indiferencia cómo Hitler invadía Polonia con Wagner de banda sonora. Las medidas cautelares de EEUU obligaron al “Normandie” a quedarse amarrado en aguas americanas en un dolce far niente que le corroyó el alma.
En 1941 los yanquis se cansaron de ver al trasatlántico ocupar el puerto neoyorquino, así que decidieron entregar el barco a la Armada. Como es lógico, el lujo francés del “Normandie” no tenía sentido para los americanos, así que decidieron convertirlo en un buque de guerra para el transporte de tropas. El más grande del mundo.

Poco a poco comenzaron las operaciones para desmontar el vidrio, el bronce y las maderas preciosas que tanto dinero habían costado. El Art Déco se mudó en vulgares literas para 15.000 soldados. La cocina francesa en rancho americano. El cristal de Lalique en vidrio de Pennsylvania Por último, le cambiaron el nombre y el “Normadie” pasó a llamarse USS Lafayette, en honor de un general francés que combatió junto a las colonias durante su guerra de independencia contra Inglaterra.

Los trabajos de transformación del nuevo “Lafayette” fueron largos y costosos. Para colmo, terminaron mal cuando un soldador incendió fortuitamente una pila de colchones. El fuego paseó a su gusto por las cubiertas y los salones. Todos los bomberos de Nueva York llegaron al puerto para apagar el incendio, pero pusieron tanto afán en su trabajo que el agua de las mangueras inundó la bodega. La escena era ridícula: el barco ardía por la parte de arriba y se hundía por la de abajo. Tras varios días de lucha, el flamante “Lafayette” se escoró sobre babor en el muelle 88. ¿Fin de la historia? No. Jamás. Never. Jamais.

Los americanos, que cuando se ponen son tan suyos como los franceses, decidieron reflotar el buque. El trabajo era propio de Hércules, pero como ellos no conocían al semidios griego les dio igual. Tardaron casi cuatro años en sellar el casco, achicar 6.000 toneladas de agua y devolver el barco a su posición vertical. Trabajaron miles de obreros, buzos y soldadores. Pero trabajaron con lentitud, así que cuando el barco estaba listo para combatir en la II Guerra Mundial la II Guerra Mundial se había acabado.

Así que el bélico “Lafayette”, continuador del exclusivo “Normandie”, se fue directo al desguace. En su reflotamiento se habían gastado millones de dólares, de los que apenas se recuperó un 10% por la venta de chatarra. Una chatarra, eso sí, elegante. Tan elegante como sólo los franceses saben serlo.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

La humanidad y sus absurdas proezas :D. Descubriendo tu blog desde eCuaderno.

jlcea dijo...

Una lagrimilla recorre mi cara.
Se lo he enviado a mi padre, que es el aludido al inicio del post (el verdadero marino y marine)

Nacho Uría dijo...

Bienvenido Ángel y gracias por el comentario.