jueves, 21 de agosto de 2008

El quinto evangelio


Si es usted cristiano lea este post. Si no, léalo también, no sea que se pierda la única noticia de la Historia que merece la pena ser contada. En realidad, el único hecho que merece ser llamado histórico. ¿De qué hablo? De algo sublime y revolucionario, de algo magnífico y escandaloso… Hablo del quinto Evangelio.

El quinto Evangelio no es un estrepitoso descubrimiento del National Geographic, ni un extravagante hallazgo de los investigadores de la Universidad de, pongamos por caso, Oxford o Nevada-Las Vegas. No le hará millonario. Ni siquiera le permitirá aprender inglés en una semana. Pero le cambiará la vida.

Si quiere descifrar los íntimos secretos del quinto Evangelio tiene dos posibilidades. Si yo fuera Dan Brown o, incluso, J.J. Benítez las opciones no serían tan raquíticas y seguro que diseñaría una trama capaz de hipnotizar a millones de lectores ávidos de historias inverosímiles. Una de esas novelas que se lee en la playa mientras los niños te azotan con el rastrillo, de las que se pasean por los aeropuertos y te permiten poner cara de detective venido a menos. Lamento no ser perito en misterios renacentistas. Mal que me pese a mí y a la magra cuenta corriente que manejo.

Por eso, si usted quiere desvelar el quinto Evangelio compre un billete con destino a Jerusalén. Si la aerolínea española le tiene frito con sus retrasos y huelgas entonces le aconsejo que vuele con El-Al, la compañía aérea más segura del mundo. Para eso es israelí y sus tarifas están alcance de todas las fortunas. Aviones viejos, pero seguros.

De este modo podrá vivir la experiencia más radical de su vida: visitar Israel y meterse en el quinto Evangelio. Ríase usted de los parques temáticos y su realidad de cartón piedra. Esto es otra cosa, amigo mío. Esto es Jerusalén, Jericó, Belén y Betania, el Calvario y el Tabor. En dos palabras, como diría el matador: Tierra Santa. El quinto Evangelio. Dios en directo, sin intermediarios ni cortes para la publicidad. Con la misma fuerza de las palabras reveladas a aquellos humildes escribanos, cuatro apóstoles que prestaron su pluma a Dios en una remota provincia del Imperio. Es decir, en el fin del mundo.

Muchos le dirán que eso de peregrinar a Oriente Próximo es una idea insólita. En los tiempos que corren es mucho mejor irse a Marina d’Or a freírse con todos los gastos pagados o conocer de primera mano las costumbres de los jíbaros en un viaje organizado a ninguna parte. Además, los judíos y los palestinos son unos irracionales que se matan por una porción de tierra calcinada y desértica. “Es mejor que no vayas”, le dirán con la mejor intención.

Pero usted ni caso. Usted a Tierra Santa. De ese modo sus zapatos recorrerán los caminos que Jesucristo pisó hace dos milenios. Esto, si lo piensa bien, sí es una noticia fantástica, una novedad absoluta, digna de la portada del New Yorker. Tenga además la certeza de que nadie viaja a Israel por casualidad. Lo bueno de buscar es que, al final, encuentras. Y te encuentras. Porque no es lo mismo que te hablen de Getsemaní que rezar en Getsemaní, poner cada diciembre el belén que estar en Belén y tener que agachar la cabeza –tal cual– para entrar en la basílica de la Natividad. Gran enseñanza la de la pequeña María. Agachar la cabeza.

Ya no le cuento nada del impacto que supone sentarse en el monte de la Bienaventuranzas y degustar su vista inmensa al compás de un alma que se ensancha. Justo delante, el Mar de Tiberíades y unos pescadores que aún siguen con las faenas duc in altum. Apenas a un tiro de piedra Tabgha, el lugar en el que Jesús confirmó a Pedro como cabeza de la Iglesia y donde multiplicó panes y peces para alimentar a una multitud hambrienta. Igual de famélica que hoy, sólo que entonces lo reconocían.

Un poco más allá Cafarnaún y la sinagoga donde Él enseñó. Enfrente los restos de la casa de Pedro. Todo recuperado gracias a unos franciscanos que, por su amor a los Santos Lugares, ya merecen un sitio a la derecha del Padre. No hace falta que hagan nada más… aunque lo harán. Buenos son los de Asís.

Sin embargo, hasta Galilea palidece cuando se llega a Jerusalén. “Ciudad de paz” parece ser que significa. Eso nos dijo Ángel Tabarés, un menudo sacerdote de largo recorrido que ha encontrado su sitio en la Ciudad Santa. Porque es cierto que la paz está allí, pero hay esforzarse en encontrarla, empeñados como estamos en buscarla donde no está. Luego pasa lo que pasa.

Por eso dicen en Jerusalén que mientras no ha haya paz en sus calles no habrá paz en el mundo. Por eso hay que recorrer la Vía Dolorosa entre el alboroto de los mercaderes musulmanes, o cantar el Pange Lingua en el Cenáculo o pararse en los ojos bíblicos del Hermano Gómez a la vera del Santo Sepulcro. Allí comenzó todo, en aquel sepulcro nuevo que Cristo eligió para resucitar. De otro modo, vana sería nuestra fe.

El quinto Evangelio. Ningún viaje en el mundo es comparable a peregrinar a Tierra Santa. Es lo que tienen los terremotos cuando se viven con el corazón.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Your blog is very creative, when people read this it widens our imaginations.

Anónimo dijo...

I agree with you about these. Well someday Ill create a blog to compete you! lolz.

Isaías dijo...

Gran post, Nacho. Gracias por el apunte sobre la liberación. Abrazo.

Nico Sangrador dijo...

qué grandísimo Post Nacho. Precisamente estamos preparando un viaje a Tierra Santa en noviembre, para ir a ver a una compàñera de la uni.

Nico Sangrador dijo...

qué grandísimo Post Nacho. Precisamente estamos preparando un viaje a Tierra Santa en noviembre, para ir a ver a una compàñera de la uni.

Jmsa dijo...

enhorabuena nacho. un pedazo de post.