
En su apoyo han salido los sindicatos, reunidos en un acto lamentable, antidemocrático y revelador en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Bienvenidos por el rector Berzosa y presentados por la actriz Enma Cohen, los ponentes han bramado contra algunos jueces del Tribunal Supremo -a los que acusó de ser "cómplices de torturas-, el imperio de la ley y la tutela judicial efectiva. Todo por defender a un juez "de los suyos", nostálgicos como son del Frente Popular y ansiosos por ganar la Guerra Civil española aunque sea con 70 años de retraso.
Como maestro de ceremonias, Carlos Jiménez Villarejo, superfiscal anticorrupción del PSOE y tío de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez. Hace tiempo que el jurista malagueño ha perdido el norte y su presencia en el aquelarre de la Complutense lo confirma. Más aún al recordar el infausto manifiesto Una memoria sin fronteras en defensa del juez socialista y asegurar que la imputación de Garzón es: "un golpe brutal a la democracia española y la expresión del fascismo español".

Recordemos que Garzón fue candidato del PSOE a las generales de 1993 como número 2 de Felipe González, presidente que le prometió el oro y el moro (perdón por decir "moro", pero es que el refranero no entiende de sutilezas). Al final nada de nada. El pobre Baltasar decidió entonces desafiar al mundo y emplear sus esfuerzos en causas perdidas: Pinochet, Osama ben Laden, Henry Kissinger y Berlusconi. Volvió a ser juez a pesar de que su imparcialidad estaba claramente en entredicho.
Como máximo defensor de la jurisdicción universal consagró la anarquía judicial y la discordia internacional como las vías más rápidas para destruir el ordenamiento jurídico. Nada importaba. Después vinieron, cual Alonso Quijano, sus delirios antifranquistas y esa extraña afición a estar por encima de la ley. No eran gigantes, Baltasar, eran molinos.
Por todo eso le acusan de manipular la justicia, excederse en sus competencias y pasar por encima de la amnistía de 1977, la misma que exoneró al comunista Carrillo y le permitió sentarse en el Congreso de los Diputados.
Más abajo, la intevención de Jiménez Villarejo. Para leer la crónica impertinente del acto, pincha aquí.